El domingo pasado me encontraba en la terraza, con unos amigos, zampándome, zampándonos, una suculenta cazuela de pescado. Ambiente agradable, ligera brisa marinera, y muy buena compañía.
En esas que, en mitad del ágape dominical, aparece una bestia bárbara, un insecto doméstico, una abeja. Lo tuve claro inmediatamente: se trataba de una “antófila” (su nombre procede del griego y significa “que ama las flores) y sus antepasados fueron las avispas que, hoy en día, todavía existen.
A partir del momento en que el animal se arrimó, groseramente, a la mesa, la tranquilidad en que se estaba desarrollando la comida, se partió en mil pedazos. La muy imbécil se dedicó con paciencia y afición a cabrear al personal, sin tregua, sin descanso alguno; ¿de dónde sacaba tal energía la desvergonzada?
Se trasladaba, impunemente, de la cazuela a cada uno de los platos de los amables comensales; y vuelta a la cazuela…y así durante un período de tiempo insolente, insoportable. Se acabó, naturalmente, la interesante conversación para concentrarse en tal salvaje insecto.
Ante los viajes voladores de la bestia, mis amigos seguían, con atención, sus “andaduras” y cuando se instalaba en el plato de cada uno, su cuerpo, el del comensal, permanecía rígido, aguantando la respiración, lívido, pálido, asustado. ¡Así no hay manera!
En un momento determinado – y harto de tanta tontería (disculpen o admiren la aliteración)- tomé la sabia decisión de acabar con ella. Me armé de valor, me volví frío y calculador, y siguiendo los valiosos consejos aprendidos durante mi servicio militar, calculé los riesgos y apliqué principios de táctica y estrategia básicos para realizar mi operación. Esperé, pacientemente, a que la muy idiota –exhausta ante su vuelo inútil- se posara un instante sobre la mesa y le aticé un sopapo con mi servilleta convenientemente pertrechada. Levanté la servilleta y la vi agonizando, moviendo nerviosamente sus asquerosas patitas. Una segunda leche acabó, definitivamente, con su triste vida. Uno de los comensales, una señorita, gritó: ¡asesino! Quedé impávido.
Sí: ya se que estos deliciosos insectos tienen un destino natural, biológico; que su existencia es básica para la reproducción de plantas y que ¡tal y cual Pascual!