…Nada de Pedro. Será más coherente con todo lo actuado por Sánchez en estos últimos días. Viajó el presidente con una maleta vacía de honor, y la regresó repleta de deshonor. Como Chamberlain, entiende que, cediendo, concediendo y prodigando pedazos de competencias y de soberanía calmará al oso separatista. Son entregas que no reciben a cambio sino el oprobio y el desprecio, pues, ya se sabe que el independentismo no se sacia nunca, sino es con la entrega total de la soberanía, el territorio y cuanto él contiene. Y en este caso, el caso catalán, todavía habría más a reclamar por los nacional - independentistas; el resto de lo que ellos llaman Països Catalans. El entreguismo del nuevo Chamberlain no puede haber tenido peores padrinos; el antisistema Iglesias, la marxista Colau y el cobarde Puigdemont. Con todas sus armas y bagaje se ha rendido Sánchez y sus ministros con una única meta, mantenerse en la Moncloa y poder levantar el papelito de aprobación de los presupuestos, al más puro estilo Neville Chamberlain.
Dar el nombre al aeropuerto del Prat al presidente Tarradellas, no es más que un simbolismo sin alcance alguno. Juegos florales que recordarán, de aeropuerto a aeropuerto, el encuentro entre el presidente catalán y el español, Suárez, propiciador de una transición política indeseada y odiada por los socialistas de hoy. Nada más.
Lo de Companys y la justificación de Celaá son ya de escándalo. Sánchez y los suyos, junto con los independentistas catalanes están tan ansiosos de olvidar su nefasto pasado, que no hacen sino recordar conductas, silencios y aplausos. El catalanismo calló durante la dictadura, recibiendo atenciones especialísimas de los gobiernos franquistas, y el socialismo hizo lo mismo, por lo cual fue recriminado por el comunista Carrillo en más de una ocasión. Y ahora, tejiendo su propia trampa, se pretende prestigiar a un personaje que fue traidor a la república de Negrín y firmó miles de sentencias de muerte, sin juicios, a la brava, solamente por estar incluidas las víctimas en las propias listas negras. Unas conductas que salen a la luz pública en todos los periódicos, digitales o de papel, informando a la opinión quien fue ese «president» que necesita que le prestigien cuarenta años después de haber sido sentenciado por un tribunal —integrado mayoritariamente por miembros catalanes —, acusado de miles de asesinatos. En su propio pecado han hallado la penitencia; todos ya saben quién fue Lluís Companys, y no precisamente un mártir, sino todo lo contrario.
Y si lo anterior es ya un síntoma evidente del deshonor con el cual se adorna Sánchez desde el primer minuto de su presidencia, la foto de la humillación del gobierno de España tiene su continuidad en la oferta de un referéndum exclusivo para los catalanes. O sea, que Sánchez está dispuesto a dar la soberanía nacional a los Torra y demás compinches, hurtándola al verdadero detentador de ella, el pueblo español. Este simple anuncio, hasta ahora no desmentido por nadie del gobierno, ya debiera ser motivo más que suficiente para hacer uso de todas las armas legales, incluida la moción de censura, a fin de desterrar del gobierno a un hombre sin honor, enclaustrado por los votos de los antisistema, de independentistas, separatistas y marxistas antiespañoles. A Sánchez y a todos los socialistas que le acompañan en la deriva de traicionar a España y a sus soberanos ciudadanos. Mostrar debilidad ante hechos tan trascendentes es lo que les hace fuertes en su deshonra. En tal tesitura cabe preguntarse si, efectivamente, el socialismo que se titula español realmente existe o ya lo enterró Zapatero, para conformar el nuevo orden, una edad de hierro denunciada ya por Virgilio en su Cuarta Égloga, fruto de la inexistencia de integridad moral en los socialistas, convertidos en calco de aquel Lord Halifax, dispuestos a pactar con el diablo con tal de seguir en sus poltronas.
Y es que, mientras el president Torra y demás independentistas pretenden «limpiar» la historia de un vil firmante de miles de penas de muerte, el otro presidente se está esforzando en pasar a la historia como el «tonto esférico» que, sin decoro alguno, se humilló hasta la traición a fin de vivir unos meses más en la Moncloa, con su primera dama.