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Estalla la guerra

Por José A. García Bustos
sábado 07 de julio de 2018, 03:00h

Hoy empieza la guerra. Comercial pero guerra, al fin y al cabo. Como toda guerra dejará víctimas en el camino. En una guerra, todos pierden algo. Unos más que otros.

Esta guerra tiene visos de adquirir carácter mundial porque Trump se está enfrentando a todos. No deja títere con cabeza. No solo se enfrenta a China sino que también lo hace con Canadá, México y la Unión Europea.

Además, el hecho de que la economía del siglo XXI esté hiperconectada favorecerá la expansión del conflicto al resto del planeta. Las amenazas de Trump se han hecho realidad y, de inicio, va a aplicar un arancel que encarecerá 818 productos procedentes de China nada menos que un 25%. Aunque la cosa no acaba aquí.

Estados Unidos compra mucho más a China que al revés y quiere invertir esa tendencia para potenciar su industria local. Hasta aquí nada que decir. Pero la imposición de aranceles al resto del mundo no es la solución.

En tanto en cuanto Estados Unidos es el principal cliente de China aprovecha para apretar las tuercas. Sabe que China tomará represalias y también subirá el precio de sus productos pero Estados Unidos se siente fuerte como para decirle a China: yo, que soy quien más te compra te voy a vender más caro pero, cuidado con tu reacción que puedo dejar de comprarte y desestabilizar tu economía.

Pero China tiene un plan B. Está derivando sus ventas a otros destinos. Está creando la Nueva Ruta de la Seda y está buscando clientes en otros lugares. Quiere ir trasladando su economía a entornos no dependientes del dólar porque dentro de sus planes está debilitarlo. Que les pregunten a los africanos si están viéndose sometidos a la presión económica de los chinos que están implantando su sistema productivo, de manera silenciosa, por todo el continente.

Poner aranceles es la peor opción para defender una economía. Nunca ha funcionado. Poner trabas a la importación de productos para desarrollar la producción interna sin acometer antes cambios estructurales en el tejido industrial local puede ser contraproducente. Obtener mayor competitividad en base a encarecer los productos de fuera es una falsa ilusión.

Luego está la inflación. Si el producto local es más caro que el que viene de fuera y se decide encarecer éste último aplicándole un arancel, el producto local, que inicialmente era más caro, pasará a ser el más barato (o el menos caro) ¿A quién perjudica? A los consumidores locales, porque comprarán caro en lugar de muy caro. La inflación empieza a abrirse paso. A la inflación se la conoce como el impuesto de los pobres porque es a este colectivo al que más afecta. Cualquier incremento de los precios tiene un fuerte efecto en la, ya de por sí baja capacidad adquisitiva, de las capas más desfavorecidas.

Puede que con los aranceles se dé gasolina a la economía local pero si los procesos no están optimizados o existe una dependencia de materias primas del exterior, el fracaso es cuestión de tiempo.

Al emplear solo materias primas propias, si es que se dispone de ellas, la producción se encarece. No digamos si hay que importarlas. El aumento de precios hace que caigan los ingresos de las empresas y se tengan que bajar salarios o echar trabajadores a la calle. Eso reduce el consumo y se entra en una espiral negativa para la economía. Las consecuencias son bien conocidas en España. Lo vivimos durante la autarquía franquista. La historia debería servir para aprender.

La falsa ventaja competitiva es que vendes más barato, no por ser mejor, sino por encarecer la competencia. Además, se puede jugar con la devaluación de la moneda, lo que dará una mayor ilusión de competitividad.

La solución para ser más competitivo no es atacar a la competencia poniendo aranceles. El problema hay que atajarlo de raíz con planes de mejora de la industria apoyados en la innovación, la tecnología y apostando por un sistema educativo que genere talento y quede en el país. La búsqueda de la competitividad ha de ser desde dentro, no penalizando lo de afuera. Pero claro, eso es una carrera de fondo con resultados a medio y largo plazo.

Nunca han funcionado las políticas proteccionistas. Menos en un mundo tan globalizado.

Una muestra de la conexión de los mercados la vivimos durante el boicot a los productos catalanes, en concreto, al cava catalán. Si se penalizaba el consumo de productos catalanes, se perjudicaba a empresas del resto del Estado ya fuera porque suministraban el corcho de los tapones y el vidrio o porque las empresas catalanas tenían delegaciones fuera y eran trabajadores andaluces o extremeños los que se iban a la calle.

Hoy empieza la guerra. Una guerra se sabe cuándo y cómo empieza pero no se sabe cuándo y cómo acaba aunque, siempre causa bajas. Esperemos que se imponga la cordura y lo haga pronto y sin muchos cadáveres en el camino. De lo contrario perderemos todos.

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