A veces es necesario dar un paso atrás no como acto de cobardía ni como modo de perder relevancia sino como la manera de tener una perspectiva diferente de las cosas o de las realidades.
Durante años les he hablado de cosas y personas que de verdad creía que eran importantes para mí y especialmente para Vds. pero que una vez dado ese paso atrás la importancia se ha relativizado muy mucho.
Para los que somos padres es obvio que lo más importante son nuestros hijos, un amor incondicional descendente, una proyección de nosotros muy mejorada, en mi caso, afortunadamente.
Después de los hijos y la salud tenemos una retahíla de cosas y obligaciones que nos hemos creado -que si somos capaces de verlo desde ese paso atrás- no son importantes, de verdad; un coche más grande, una casa más grande con una hipoteca más grande que a la vez nos obliga a trabajar más horas y a disfrutar menos de la casa porque estamos en el trabajo.
Recuerdo haber citado una frase, al menos una vez, en esta columna cuyo autor es un escritor americano apellidado D’Angelo, dice “las cosas más importantes en la vida no son cosas”; me parece una gran verdad en un momento en el que necesitamos consumir por encima de todo. El ejemplo por excelencia es el crecimiento desaforado de empresas como Amazon.
Creo en la bondad y en el ejemplo que nos han dado gente como Vicente Ferrer y la Madre Teresa de Calcuta, cuya esencia era la bondad y la generosidad sin tener nada material pero sí una gran carga espiritual. Creo en eso y vivo en una constante contradicción pues no me veo ni con la fuerza ni con el liderazgo necesario para cambiar nuestra sociedad. Ellos lo consiguieron en sociedades pobres por la grandeza y a la vez humildad de sus acciones y mensajes pero yo no tengo, ni tendré jamás, la autoridad moral para decirle a la gente que cambie de costumbres y de forma de vida.
He visto día tras día a una anciana rumana pidiendo limosna frente a mi despacho, le he visto gangrenar una pierna y que se la tuvieran que amputar y no he hecho nada porque pertenece a una mafia rumana, y me avergüenzo de ello, podría derivar mi responsabilidad a los servicios sociales o a la policía pero no lo haré, yo he sido cobarde frente al dolor ajeno. La vi enfermar y no hice nada por ella y la sigo viendo y sigo sin saber qué hacer por esa pobre anciana en una silla de ruedas aparcada en la puerta de una tienda de lencería cara, que paradoja más cruel.
No es artículo escrito desde una crisis existencial, ni pretendo lavar mi conciencia, simplemente es una reflexión en voz alta que hago cuando doy un paso atrás y no me gusta lo que veo en mi sociedad, una de las más ricas de Europa por cierto. Que pasen un buen día.