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Todo el poder para Erdogan

martes 26 de junio de 2018, 04:00h

Las elecciones presidenciales y generales del domingo han otorgado a Érdogan la presidencia y la mayoría absoluta en el parlamento, esto es, el poder casi absoluto que ha estado buscando desde que consiguió ganar por primera vez unas elecciones legislativas y se convirtió en primer ministro de Turquía en 2003. Desde entonces ha ido laminando de modo lento pero seguro la mayoría de las competencias de las instituciones que hacen de contrapeso del poder ejecutivo en una democracia digna de ese nombre, así como también muchos de los elementos básicos del laicismo de la república turca surgida de las cenizas del imperio otomano, fundada hace casi un siglo, en 1923, por Mustafá Kemal (llamado Atatürk, el padre de Turquía), derogando muchas leyes que prohibían la influencia religiosa en todas las organizaciones públicas y reinstaurando, a veces de forma desinhibida, a veces de forma insidiosa, preceptos y normas islámicos.

Érdogan empezó su labor de gobernante como proeuropeo, activando el proyecto de entrada de Turquía en la Unión Europea, demócrata e islamista moderado. Con el tiempo se ha ido alejando de la UE, con la que mantiene una relación ambivalente pero cada vez más distanciada y claramente ventajista por su parte, aprovechando la posición geoestratégica de su país y su pertenencia a la OTAN. También ha mostrado su insaciable sed de poder, concretada en el cambio constitucional que consiguió hace unos años, por el Turquía cambió a república presidencialista, donde el presidente, esto es, él mismo, acumula un poder sin precedentes, que le permite ningunear al parlamento y gobernar por decreto, así como controlar la judicatura y, por tanto, detentar un poder casi omnímodo, más propio de una dictadura que de una democracia.

De hecho, el estado de los derechos civiles y democráticos en Turquía es deplorable con los opositores, periodistas, intelectuales, militares, policías, académicos y artistas silenciados o encarcelados, sin juicio o tras juicios sin garantías y la represión contra los kurdos, dentro y fuera de Turquía, es más feroz que nunca.

Y sin embargo Érdogan sigue y seguirá teniendo una actitud arrogante hacia la UE, sabedor de que los cobardes, pusilánimes, irresolutos, vacilantes y miserables líderes europeos actuales están prisioneros de sus desavenencias y del miedo al avance electoral de partidos políticos populistas xenófobos, avance que, de todos modos, se ha producido, y se producirá, demostrando la inutilidad, la fatuidad de las políticas que han ido desarrollando hasta ahora. Cada vez hay más países de la UE donde gobiernan fuerzas populistas racistas, la mayoría de extrema derecha. Los últimos en añadirse al club, Austria e Italia. Érdogan sabe que la UE está prisionera del acuerdo que tiene con su gobierno, para que Turquía ejerza de tapón contra la migración masiva hacia Europa desde Oriente Próximo, a cambio de una desorbitada cantidad de miles de millones de euros, de los que puede disponer a su antojo.

Érdogan ya tiene todo el poder en Turquía, ya es el nuevo sultán otomano y aspira a ejercer una influencia decisiva en todo lo que fue el próximo oriente y el Magreb otomanos, así como en las repúblicas turcófonas centroasiáticas, que formaban parte del imperio ruso primero y de la Unión Soviética más tarde. Se ha convertido en un nuevo factor de inestabilidad en una región ya suficientemente desestabilizada. Con Rusia, Arabia Saudí, Irán y Egipto como potencias regionales con intereses diversos y confrontados, e Israel y su protector Estados Unidos siempre atentos, la irrupción de Turquía en el escenario puede provocar movimientos que no son fáciles de prever y cuyas consecuencias pueden modificar dramáticamente la situación de toda la región.

Los días en que Turquía aspiraba a la integración en la UE y ejercer de puente entre Europa y el Próximo Oriente y demostrar que una sociedad de mayoría musulmana podía compartir los valores de democracia y laicismo inherentes a la idea de la UE, (y también a la idea de la república turca de Atatürk), parece que se han desvanecido para siempre en la bruma de lo que pudo haber sido y no fue.

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