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Pactum interruptus

Por Francisco Gilet
miércoles 14 de marzo de 2018, 03:00h

No se sabe cuál es el primer problema de la sociedad española, si la demografía o la educación. Lo cierto es que varios millones de familias y centenares de miles de docentes esperan como agua de mayo un pacto de Estado para la educación. Pero no, parece que ello, nuevamente, no será posible. Los socialistas se han levantado de la mesa, mientras los podemitas aplauden entre sonrisas ante la escena. A fin de cuentas, ni unos ni otros desean más pacto que aquel que les permita imponer su ideología. Y su excusa no es otra que la financiación. O sea; no les preocupa cómo es la casa, sino cuánto cuesta. Ni tan siquiera son capaces de practicar un mínimo de autocritica en relación al desaguisado que existe en las aulas, politizadas, por mor de un largo periodo de oscuridad docente — 1982 -1996 — que Aznar, con su mayoría absoluta no supo o no quiso alumbrar con una LOCE tan tardía que no llegó a estar vigente. Y es que, para desgracia, los socialistas no tienen miramiento alguno en borrar aquellas las leyes que no se acomodan a sus intereses, mientras el PP se traga, por timidez, por sociopolítica, o por lo que sea, leyes que, incluso, ha llevado al TC por considerarlas contrarias a nuestra Carta Magna. Rajoy es así, no le gusta importunar. A lo sumo, borrar una línea, o desdibujar un párrafo, pero poco más.

En cambio, el socialista, el comunista, el bolchevique, no tiene inconveniente alguno en imponer su ideología por encima del conocimiento e instrucción. El papá Estado se apropia de los españolitos colocándolos desde tempranísima edad en las guarderías, como consecuencia de una impenitente incapacidad de aunar maternidad y trabajo. La conciliación laboral no es sino un desiderátum electoral que figura en el programa electoral y nada más. Nuestros políticos no creen que la madre sea necesaria para enseñar al niño como dar sus primeros pasos en nuestra sociedad. Desde nuestro sistema educativo, el socialismo, con la quietud del supuesto conservadurismo popular, rechaza trasmitir verdades, conocimientos, y adora imponer ideología, adoctrinamiento. Ya no se asaltan palacios ni se levantan barricadas, sino que las revoluciones se expanden en las aulas mediante Historia manipulada, relativismo generalizado y teorías adoctrinadoras, como la educación para la ciudadanía. Todo ello se podría resumir en el axioma “impón adoctrinamiento, jamás enseñes conocimiento”.

A fin de cuentas para la izquierda — el político popular es simple espectador — lo que hay que evitar es que los alumnos se detengan a meditar, a reflexionar, que distingan entre el bien y el mal, imponiendo el relativismo como única verdad inmutable, y desde ella abrir la puerta a la ideologización, cerrándola al conocimiento, a la instrucción, al raciocinio. Se trata, no que distingan entre Pericles o Calderón de la Barca, sino que ni conozcan de su existencia. El objetivo es evitar que piensen, que se esfuercen, para rellenarse de Masters, de MBA, de Executive MBAs, y sobrevivir en la jungla laboral, para convertir en cotidiano el clásico “yo sólo sé que no sé nada”. Y mientras ello acontece, hay que alejar al niño del esfuerzo, de la exigencia, de la competitividad para adentrarlo en el conformismo, en la dolce vita, en el éxito facilón, evitándole el traumatismo de un suspenso. Para la izquierda el triunfo no está en ser, sino en verse bien. Hemos pasado, sin darse cuenta, del ser, al tener, y de ambos al ver. Han convertido la vida, toda la vida, en un constante selfie, en pose rebuscada, en el cual se nos vea “bien”.

Y en ese panorama se incluye a una supuesta derecha que contempla con toda simpleza como la izquierda domina las aulas, los foros, los claustros, sin darle respuesta, dejando que el alumno sea el rey y el docente un emparedado entre estudiantes y padres. Mal pagado, mal tratado, mal actualizado, el maestro deja pasar el tiempo en su vocación, contemplando como el estudiante conoce el afluente de un rio que pasa por su Comunidad, pero que no tiene ni idea de lo que hay fuera del perímetro de su mapa autonómico. Como ir más allá sería provocar cansancio, desasosiego y aproximarnos al trauma, hay que ser dúctil, flexible, educando sin exceso, animando al españolito a vivir “sin problemas”. Surgen las quejas por los botellones, por los acosos entre escolares, los abusos sexuales en aulas, sin embargo, nadie se lamenta de que entre la izquierda adoctrinadora y la derecha paralizada por los complejos, se está forjando una juventud que, con las cabezas empachadas de “Mujeres y hombres y Viceversa” y de “OT”, están carentes de recursos intelectuales para dar respuesta a los avatares de una vida que no se vislumbra ni fácil ni cómoda. Y los políticos responsables de todo ello, de esa juventud moldeada entre algodones y comodidades, se irán de rositas, acunados en sus planes privados o en sus fondos acumulados después de años y más años de calentar escaños. Posiblemente esos personajes se sentirán muy satisfechos si se enteran que algún hijo, temerario él, pregunte quién era un tal Sócrates y su padre, culto él, le responda que “un jugador de futbol brasileño”.



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