Tal día como hoy, el día 1 de julio de hace 20 años, en el tramo final de una agotadora jornada de trabajo de 24 horas, a punto de amanecer, una corriente de alegría indescriptible invadió a todo el equipo de guardia.
En un rincón, desde un pequeño transistor, en el área de observación del Servicio de Urgencias de Son Dureta, Antonio Herrero, desde los micrófonos de la COPE, se asomó para darnos la buena nueva. Con su habitual entusiasmo, entre la emoción y el llanto, narraba la liberación de Ortega Lara. El fin de un secuestro de un servidor del Estado que parecía que sólo podía acabar mal.
El ex funcionario de prisiones llevaba un año y medio bajo tierra, en un agujero de 2,5 x 3 metros. La presión al ejecutivo de Aznar empezó el día después que los ciudadanos, en las urnas, le habían dado el poder. La banda criminal no se resignaba a perder su protagonismo y a influir con las armas y la sangre en el futuro de un país que anhelaba la paz y quería disfrutar de la libertad.
La alegría, se vio bruscamente truncada, a los 10 días, con el secuestro y posterior asesinato del concejal del PP de Ermua, Miquel Angel Blanco. Dos hechos que evocan con precisión el macabro escenario cotidiano del no tan lejano final de siglo XX.
Dos décadas más tarde, el hospital de Son Dureta está cerrado; muchos de los que integraban la guardia están jubilados o han fallecido. Antonio Herrero perdió la vida, en plena juventud, en un accidente de buceo. La ETA ha dejado de matar. El pueblo vasco puede al fin diseñar su futuro sin la amenaza de la banda terrorista.
El entorno, las circunstancias, la compañía y la perspectiva con la que se viven determinadas circunstancias históricas conforman nuestro carácter y reorientan nuestros principios.
Sin embargo, en muchas ocasiones, explorando el presente, uno tiene la sensación que no hemos aprendido la lección ni entendido el mensaje de tan desgarradoras experiencias.