La segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas han confirmado la victoria indiscutible del partido del presidente Macron, que ha conseguido una mayoría absoluta incontestable, que le permitirá gobernar cómodamente e intentar llevar a cabo su programa electoral, especialmente su política económica y su plan de reforma laboral.
Aunque el resultado es incontrovertible, no lo es menos que la abstención ha sido altísima, un 57 % nunca antes visto en Francia. Macron debe tomar buena nota de ello, ya que quiere decir que su apoyo popular no es en absoluto mayoritario y que una gran parte de los ciudadanos franceses han optado por la resignación, debido a que no han encontrado motivos de confianza ni de ilusión en el resto de opciones políticas.
Su tarea ahora es ingente y no puede fallar. Tendrá que demostrar con hechos que sus políticas son eficaces y útiles para los ciudadanos, especialmente para los más golpeados por la crisis, a la vez que deberá dar soluciones en el tema de la seguridad, sin empeorar las diversas fracturas sociales presentes en la sociedad francesa.
Y su acción de gobierno será también determinante para la Unión Europea post «brexit». El es un europeísta convencido y deberá demostrarlo reequilibrando el eje franco-alemán, alrededor del cual pivota toda la UE y que en los últimos años está excesivamente decantado hacia el lado alemán. Francia debe volver a asumir su papel de primera potencia europea y liderar la vuelta de la UE hacia las políticas sociales, convenciendo a Alemania de la necesidad de reevaluar el excesivo rigor economicista impuesto desde Berlín. La salida del Reino Unido puede ser un factor positivo, al desaparecer el país que más se oponía a cualquier intento de armonización de las políticas sociales en la UE.
También deberá Francia liderar la revitalización de la inciativa europea de la defensa y también en este aspecto el «brexit» puede ser beneficioso, puesto que el Reino Unido ha venido vetando sistemáticamente cualquier plan de estructura defensiva europea común fuera del marco de la OTAN. Tras la salida de Londres, Francia queda como la única potencia nuclear de la UE y está en disposición de liderar una estructura de defensa común, coordinada con la OTAN pero independiente de ella, y especialmente importante en un momento en que la presidencia de Trump ha convertido a Estados Unidos en un socio inestable y volátil.
Se la juega Francia y se la juega Europa. Si Macron fracasa es muy posible que las próximas elecciones francesas se conviertan en una disputa entre los dos populismos, la ultraderecha de Le Pen y la ultraizquierda de Melenchon, ambos funestos para la idea europeísta. Ni Le Pen ni Melenchon creen en la UE ni en el euro. La victoria de cualquiera de los dos tendría significaría un retraimiento de Francia sobre sí misma y, quizás, su salida de la UE, el «frexit», que tendría consecuencias nefastas para la UE, por sí mismo y por el efecto contagio sobre otros países miembros.
Mucha responsabilidad para Macron, pero también para Merkel, o quien la sustituya como canciller federal, aunque no parece que vaya a perder las elecciones alemanas. Quizás, ahora que acaba de morir Helmut Kohl, acaso el último gran europeísta, debería la cancillera meditar sobre la idea que siempre movió la actuación de ese gran hombre, grande físicamente y políticamente: un continente unido con una Alemania europea, no una Europa alemana.