Los excesos y la desmesura están acompañando a todos y cada uno de los días de la semana. Los titulares locales, nacionales e internacionales se agolpan en las redacciones. Compiten entre ellos para ocupar las portadas de los medios escritos o para abrir las ediciones diarias de radios y televisiones.
La rápida sucesión de hechos impide analizar de forma sosegada los verdaderos contenidos de las noticias y los propios titulares se convierten en sentencias inapelables por la vía de los hechos. Algunas personas se quedan malheridas en la cuneta sin poder ser atendidas mientras otras aprovechan el ruido ambiental para irse de rositas.
Se pasa del luto de la horrible masacre de Manchester, a la chirigota del parlamentario podemita Aguilera, mientras dimite el Fiscal Anticorrupción o se conoce la pestilente historia del cargo madrileño de los lingotes de oro.
Sin embargo, la palma de los despropósitos se la lleva Trump. Da una patada al acuerdo de París contra el cambio climático y pone en peligro el futuro del planeta. No contento con intentar derribar, sin éxito, los avances en la equidad de la asistencia sanitaria del Obamacare, se encara con los acuerdos medioambientales con los que se han comprometido la práctica totalidad de los países desarrollados. Hasta China, el gran contaminador, ha entendido que ha llegado el momento de dar un giro a su insalubre crecimiento.
El magnate americano en funciones de presidente, abrazado a petroleras y eléctricas, invierte la tendencia de su predecesor, se alinea con Nicaragua y Siria y da la espalda al resto del mundo y a la apuesta definitiva por el desarrollo prominente de las energías renovables. Poco le importa al nacionalismo americano radical el resto del mundo, pero no hay nada tan extenuante como el avanzar contracorriente sin ser arrastrado por la fuerza de las ideas.
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