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Mismas caras, mismos trajes

viernes 31 de octubre de 2014, 13:54h
Una de las principales consecuencias del estrés es la aparición de manifestaciones físicas en quién lo sufre. El cuerpo humano, por puro instinto de supervivencia, envía señales para que cambiemos lo que no funciona correctamente. Al principio, los síntomas aparecen como pequeños avisos que, a la postre, incrementan su importancia y frecuencia si no se escuchan.

Algo similar a lo anterior ocurre en nuestra sociedad actual, cambiando las manifestaciones físicas del estrés por el descontento social. Hace muchos años que los ciudadanos nos hemos visto obligados a soportar a una clase política que, mayoritariamente, no nos representa. Hace mucho tiempo que, como dice mucha gente, los ciudadanos nos hemos visto obligados a elegir entre lo malo y lo peor. Susto o muerte. Y los políticos, lejos de hacer caso al creciente descontento social, lejos de escuchar las señales de que algo no funcionaba, decidieron seguir mirando hacia sus propios intereses y no escucharnos. Se han tapado los oídos, han escondido las cámaras y nos han hecho asumir las infaustas consecuencias de sus malas decisiones.

Por ejemplo, los partidos políticos que han gobernado en España no se han preocupado de que los jóvenes no hayan podido acceder a puestos de trabajo que les permitieran vivir dignamente. Muy al contrario, en lugar de incentivar la apuesta por la juventud, los políticos han asistido impávidos a la fuga al extranjero de la generación más preparada de la historia, porque aquí no se han podido quedar, pues nadie les guardó un sitio. Y ahora, ¿quieren que esos mismos jóvenes a quienes despreciaron les voten?

La percepción de la política –y de los políticos- entre los ciudadanos ha ido de mal en peor. Si hace unos años la bonanza económica nos tenía entretenidos y no les prestábamos tanta atención, al apagarse las luces de la fiesta han quedado al descubierto todas sus vergüenzas. Hoy en día, y esto es solamente culpa de ellos, el ciudadano percibe al político como un señor / señora con un traje caro, una agenda repleta de contactos para sus conocidos, varios sueldos públicos y un futuro asegurado por no sé cuántas pensiones. Mismas caras, mismos apellidos. Mismos coches oficiales. Mismos palcos de equipos de fútbol. Mismo séquito de asesores a dedo. Misma ausencia de meritocracia. Mismos Consejos de Administración tras su abandono de “la escena pública”. No hay más que ver las imágenes del Congreso de los Diputados, el fútil maniqueísmo del “y tú más” en el que se han convertido los debates políticos. Todos gritan, todos ríen, todos cobran… pero casi nadie nos representa, ni nos respeta intelectualmente.

Los ciudadanos no tienen la culpa de haber perdido la fe en el sistema, que tampoco tiene la culpa de ser percibido como algo que no funciona. La única culpa la tienen los políticos, los mismos en quienes depositamos una confianza que hoy parece traicionada en toda su extensión. Los mismos políticos que no se han ocupado de renovar esos entes anclados en el tiempo, decimonónicos, que son los actuales Partidos Políticos, con un funcionamiento distinto al de cualquier empresa privada. Esos mismos políticos que, en muchos casos, desconocen por completo los problemas del ciudadano.

Son también los políticos quienes tienen la culpa de que los ciudadanos percibamos sus nombres, rostros y siglas como algo borroso y difuminado, fungible e intercambiable, aunque no todos sean iguales. Ellos son los únicos culpables de que, cada vez más, los ciudadanos sean menos precisos al citar a los presuntos corruptos y no distinguirles de quienes no lo son, que los hay. Y muchos. Mi reconocimiento ante estos últimos, por cierto, pues son los primeros en sufrir las consecuencias de sus inmerecidos compañeros de profesión.

Ellos, que son los culpables de que el ciudadano ya no aguante más sobres, maletines, mordidas, Andorras ni Suizas se preocupan ahora de llegar a pactos contra la corrupción. Pactos, acuerdos, memorándums, códigos de conducta, códigos éticos… Palabras, palabras y más palabras. Aun con el agua al cuello, siguen sin haber aprendido nada. La honradez no puede ser una elección, sino que debe ser una obligación. Los políticos no pueden vivir en un sistema que permita a sus integrantes elegir si son corruptos o no. Sencillamente, hay que eliminar esa posibilidad de elegir.

La consecuencia más evidente de sus errores es que ahora, una vez que el cuerpo ha llegado al nivel más elevado de estrés, no resulta posible pedirles a los ciudadanos un análisis racional de sus opciones electorales. Ahora mismo, tras todo lo ocurrido, los culpables no tienen la legitimidad moral para pedirles a los ciudadanos un análisis de costes de sus votos, y mucho menos con un tibio “no lo volveremos a hacer más”, o poniendo una cara más joven a dirigir un mismo barco. Lo han hecho demasiadas veces.

Yo en particular creo que sería un auténtico desastre para España que se adoptasen las medidas impracticables que ofrecen quienes han nacido de las cenizas de este desastre, y más cuando hay otros Partidos con programas electorales razonables que no se han visto envueltos en casos de corrupción, pero comprendo el hastío de la gente. Comprendo que quieran aferrarse a cualquier cosa que prometa acabar con quienes tanto les han decepcionado, aunque nos ofrezcan algo enormemente incierto.

¿Saben cuál es el problema? Que ellos, los políticos, no lo saben. Y siguen igual. Las mismas caras, los mismos trajes… @PabloPTU
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