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Europa se desvanece

martes 01 de marzo de 2016, 12:11h

La infame respuesta que los gobiernos de los países de la Unión Europea están dando al problema de los refugiados, las vergonzantes políticas implementadas por muchos de ellos, las decisiones unilaterales e insolidarias y la impotencia e incapacidad de la Comisión Europea para conseguir consensos que se plasmen en acuerdos aceptados y compromisos cumplidos, están llevando a la UE al límite.

La libre circulación de las personas y las políticas de asilo y asistencia son la base, el principio fundacional, de la UE. Para el tránsito sin restricciones de mercancías y capitales ya bastaba la Comunidad Económica Europea. La UE implicaba un paso más en la integración, suponía la creación de un espacio común donde todos los ciudadanos europeos podían moverse sin trabas y establecerse y desarrollar su actividad profesional en cualquiera de los países miembros en las mismas condiciones que los nativos.

La creación del espacio Schengen, en el que las únicas fronteras son las exteriores con países terceros, pero en el que desaparecen las interiores entre países de la UE, fue un hito fundamental en el avance hacia la integración. Y aunque algunos países de la UE no se adhirieron, la libre circulación de ciudadanos de la UE prevalecía también en ellos.

Ahora todo se está desmoronando. Algunos gobiernos populistas nacionalistas reticentes a la idea de la UE, como el de Hungría o el de Polonia, han aplicado desde el inicio de esta crisis políticas unilaterales de restricción a la recepción de refugiados y levantado muros en la frontera con países terceros y también con otros miembros de la UE, lo que ha llevado a una reacción en cadena de decisiones unilaterales de restricción de la libre circulación de personas y restablecimiento de controles fronterizos. Otros gobiernos, preocupados por el auge de opciones populistas xenófobas, han tomado o amenazan con tomar medidas similares.

Los acuerdos del Consejo Europeo sobre las cuotas de refugiados para cada país son sistemáticamente incumplidos y se ha entrado en una dinámica de toma unilateral de decisiones que hace cada vez más difícil conseguir compromisos consensuados.

Austria, Eslovenia, Croacia, Hungría y otros países balcánicos no miembros de la UE han decidido limitar brutalmente el paso de refugiados por su territorio. Hungría piensa someter a referéndum la aceptación de las cuotas de refugiados, que, probablemente, no serán aceptadas, ya que el propio gobierno del primer ministro Orbán defenderá el no. Francia ha restablecido controles fronterizos con motivo de los atentados terroristas de París. Bélgica también ha decidido levantar de nuevo controles en la frontera con Francia cerca de Calais, para evitar que se trasladen a su territorio refugiados del campamento conocido como “La Jungla”, que va a ser desmantelado por las autoridades francesas, en el que malviven unos cuantos miles de personas que pretenden llegar al Reino Unido.

Todo ello conduce a Grecia a una situación angustiosa, ya que el gobierno heleno no puede evitar la llegada a sus costas de los miles de refugiados que proceden de Turquía. El cierre de la frontera por parte de Macedonia, y también de Bulgaria, puede conducir al territorio griego a convertirse en un callejón sin salida y colocar tanto al gobierno griego como a los inmigrantes en una situación desesperada.
También es previsible que, con el cierre de la ruta balcánica, la presión migratoria se traslade, en parte, por el norte de África hacia Italia y España, que van a sufrir, con gran probabilidad, un fuerte incremento, sobre todo Italia, en la llegada de refugiados.

La única líder europea que parece mantener una postura de una cierta dignidad y coherencia es Angela Merkel, incluso a pesar del fuerte incremento en su país de movimientos xenófobos y de la creciente oposición interna en su propio partido, que es la máxima defensora de establecer convenios con Turquía para frenar la llegada de refugiados a Europa.

Urge, en efecto, llegar a acuerdos con Turquía, que tiene más de dos millones de refugiados en su territorio y no dejar a Grecia abandonada a su suerte, exigiéndole que cumpla sus obligaciones como frontera exterior de la UE en una emergencia tan brutal como la actual sin ninguna ayuda, lo que significa invertir algunos miles de millones de euros. También urge volver a una dinámica de acuerdos y compromisos consensuados y no de toma de decisiones unilaterales.

Nos jugamos la propia supervivencia de la esencia de la Unión Europea, que se está desvaneciendo en las brumas de los nacionalismos estatales, la insolidaridad y la xenofobia.

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