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Creo en Dios

Por Vicente Enguídanos
viernes 29 de enero de 2016, 15:09h

Creo en el estado de derecho, sin embargo los jueces estrella y algunas instrucciones o sentencias dan a entender que el fiel de la balanza no está en su sitio.

Creo en el orden y la necesidad de que fuerzas y cuerpos de seguridad impidan que se vulneren las normas, aunque algunos miembros policiales ocupen una celda como cualquier recluso.

Creo en Dios y en la ética de la religión católica, a pesar de que algunos sacerdotes hayan abusado de su condición, mancillando hasta la moral seglar y el nombre de la iglesia.

Creo en el legado de Galeno e Hipócrates, mientras algunos médicos industrializan su vocación y atiendan mejor al laboratorio que al enfermo.

Creo en la política y en la necesidad de confiar nuestra representación a personas que posibiliten el diálogo y tomen decisiones que favorezcan el bien general, no obstante se repitan los casos de corrupción y se aleje la abnegación, el decoro y el talento de la vida pública.

La diferencia entre mi último reconocimiento y los anteriores ejemplos, además de los que podríamos sumar al listado, es que nuestra clase política hace testimonio de la parábola del hipócrita que no ve la viga en su propio ojo y hace palanca interesada con la paja del ajeno.

Sin minimizar el grave lastre de la corrupción, que ha hipotecado nuestra confianza en el sistema, estamos correlacionando al delincuente con el partido en que milita y éste con su ideología. La perversión se alcanza cuando el rechazo a la actividad ilícita o impropia lleva añadido el desprestigio del programa bajo el que se ha refugiado el canalla para tener acceso al poder, sin el cual no se pueden cometer fechorías. No pongo en duda que la política expansiva, regada de liquidez y la burbuja inmobiliaria han sido caldos de cultivo para quienes miraban para otro lado, pero dejaban la mano abierta. Al llegar la crisis, lo que era tolerado pasivamente, pasó a ser perseguido y un motor de indignación generalizada. Pocos partidos que han tenido acceso al presupuesto o a un Boletín Oficial se han librado de contener ovejas negras y más cuanto más amplio es el rebaño.

Si el partido político ha consentido o participado en la jauría, debería ser inhabilitado, devolviendo todas las subvenciones recibidas. Pero, aun así, no se puede cuestionar un programa y los beneficios que aporta al conjunto de los ciudadanos, porque no estamos castigando al partido sino a nosotros mismos. Es posible que el nuevo seísmo en la calle Quart (donde está la sede popular valenciana) sea de tal magnitud que también se registre en la calle Génova, a más de trescientos kilómetros de distancia. Si es así y Mariano Rajoy simboliza por acción u omisión la falta de honradez, que le incapacita para liderar la regeneración democrática, no debe tardar en proponer otra figura inmaculada que evite la orfandad de siete millones de españoles, que también son demócratas. La corrupción no puede poner en cuestión los beneficios derivados de una gestión cuyos resultados hemos podido valorar bien en la última EPA y que aún habrían sido mejores sin tanto mangante suelto y con firma. Es pueril comprar el discurso de que la solución a la corrupción del PP ( y del PSOE, de CDC, del PNV, de Coalición Canaria, de UDC, de UPN, de…) solo pasa por los partidos que no tienen mancha porque son recién nacidos. No me parece suficiente para transportar todas las peras a su cesto, pero hasta me arriesgaría si su programa político se pareciera a lo que funciona en el mundo entero, pero no a cualquier precio y sin la más mínima prueba de que detrás de las palabras grandilocuentes hay un futuro.

Debemos ser implacables con la degeneración alcanzada en determinados círculos, pero no comprometamos el crecimiento económico con medidas populistas, aunque debamos revisar si en esa recuperación económica nos hemos dejado a muchos descolgados o en la cuneta.

Creo en Dios y en su capacidad de castigarnos dándonos lo que con tanto ahínco le pedimos. Sobre todo porque los mortales somos imperfectos y en la política se han escrito muchos renglones torcidos.

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