Los últimos días de 2015 han estado condicionados por un sol de justicia. Y decimos condicionados porque no se recordaba un veintitantos de diciembre en el que la familia se plantease ir a pasar un día a la playa, a no ser que fuese usted un agradecido turista que veía en nuestros “gélidos” 16º la oportunidad perfecta para inmortalizar una foto impensable en su país de origen.
No parece, por tanto, discutible ante estas situaciones la realidad del cambio climático. En la península están que no se lo creen, los neoyorquinos no habían visto nunca una navidad así y todavía hay iluminados a los que llaman “negacionistas” que hablan de cambios cíclicos de temperatura a lo largo de la historia para justificar este desajuste meteorológico.
Puede haber elementos válidos de esa teoría, pero variables como la contaminación, la multiplicación de los incendios y la necesidad de energía, a la postre motivo final en cuyo nombre llevamos más de dos siglos destruyendo la Tierra, eran factores que hacen de la ecuación del siglo XXI un escenario nunca visto.
Por si fuera poco, las medidas adoptadas en la Cumbre del Clima en París son acertadas pero serán ineficaces si se dilatan en el tiempo hasta 2017, fecha en la que se prevé que comienza la implantación de los nuevos protocolos.
Mientras tanto, las familias canarias sacarán el bañador en navidad y desempolvarán en paraguas en agosto. Para 2016 cambiaremos nuestras vacaciones y con ingleses y alemanes pujaremos en invierno por los mejores apartamentos en primera línea de playa. Adiós, blanca navidad.
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