La muerte del Papa Francisco este lunes 21 de abril marca el inicio de un proceso de sucesión inédito desde el año 2005, cuando el mundo despidió al Papa Juan Pablo II. Aunque el argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido Sumo Pontífice en 2013, su llegada al trono de San Pedro se produjo tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, no por fallecimiento. Hoy, la Iglesia Católica vuelve a vestirse de luto y prepara el camino hacia la elección de su 266 líder espiritual.
El Vaticano ha comenzado a organizar el cónclave, el mecanismo tradicional para elegir a un nuevo Papa. Esta palabra, "cónclave", proviene del latín cum claves (“bajo llave”), y alude al hermético encierro de los cardenales electores hasta alcanzar una decisión. Un proceso que mezcla solemnidad, secreto y espiritualidad, y que comenzará en los próximos días en la Capilla Sixtina, bajo los frescos de Miguel Ángel.
Durante este periodo, los cardenales deben residir en la Casa de Santa Marta, completamente aislados del mundo exterior. No hay teléfonos móviles, ni cartas, ni visitas. Solo oración, reflexión y deliberación. El objetivo: discernir, en comunión, quién debe guiar a la Iglesia en los años por venir.
EL RITUAL DEL VOTO
La votación se realiza siguiendo normas muy precisas. En cada ronda, se elige al azar a nueve cardenales con funciones específicas: tres encargados de contar los votos, tres que recogen los sufragios de los enfermos y tres que supervisan el proceso.
Cada papeleta contiene la frase en latín Eligo in Summum Pontificem (“Elijo como Sumo Pontífice”), seguida del nombre del candidato. El momento más solemne llega cuando cada cardenal se pone en pie, camina hacia el altar y, antes de depositar su voto en el cáliz, proclama: "Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido."
Una vez depositadas todas las papeletas, se procede al conteo. Si no hay consenso —se requiere una mayoría de dos tercios—, los votos se cosen con una aguja por la palabra elijo y se queman junto con aditivos químicos. El humo resultante saldrá por la chimenea de la Capilla Sixtina: negro, si no hay decisión; blanco, si se ha elegido un nuevo Papa.
Si el cónclave se prolonga por 13 días sin resultado, se concede una pausa de reflexión. En la siguiente ronda, solo pueden ser votados los dos cardenales que más apoyos hayan recibido.
LA ACEPTACION Y EL NOMBRE
Una vez elegido, el nuevo pontífice tiene la libertad de aceptar o rechazar el cargo. Si lo acepta, se le pregunta el nombre con el que desea ser conocido durante su papado. Los cardenales entonces le rinden homenaje, juran fidelidad y rezan por él.
Finalmente, el humo blanco envía la señal a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro. El cardenal protodiácono se asoma al balcón de la Basílica Vaticana y pronuncia la frase más esperada: "Habemus Papam." El nuevo líder de los católicos del mundo aparece por primera vez para impartir la tradicional bendición Urbi et Orbi.
EL FUTURO
Con la muerte de Francisco, la Iglesia entra en un periodo de reflexión e incertidumbre, pero también de renovación. La elección del próximo Papa no solo determinará el rumbo espiritual de 1.300 millones de fieles, sino que también marcará el lugar de la Iglesia en un mundo en constante transformación.
Mientras tanto, el mundo observa. Con respeto, con esperanza, y con la vista puesta en la chimenea de la Capilla Sixtina, aguardando ese momento eterno en que el cielo sobre Roma se tiña de blanco.