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Don Jacinto

Por Julio Fajardo Sánchez
martes 18 de marzo de 2025, 11:03h

Hace un tiempo estuve en la casa de don Jacinto Alzola, en la Junta Suprema. Creo que tenía 100 años entonces. Hacía poco lo había visto con su hija y su yerno, cenando en un restaurante de La Laguna. Estuvimos hablando y me sorprendió la extraordinaria memoria y lucidez de mi antiguo profesor. La misma sonrisa, la misma mirada clara, el mismo vigor inusual en una persona de esa edad. Cuando entré a la casa, con Juan Ruiz, el marido de su hija María, vi una cama turca con una colcha que marcaba una huella humana y, sobre ella, un libro en latín; una muestra de que alguien estuvo leyendo en aquel hueco todavía caliente.

Don Jacinto había estado allí y yo sentí el deseo de llegar un día a su edad conservando la curiosidad por la lectura. Entonces pensé en el edadismo y en la estupidez de los que desdeñan la experiencia y la riqueza que nos proporciona la vida. Más tarde nos dejó también don Leoncio Afonso. Lo veía pasar por la calle de Herradores y cruzaba algunas palabras con él. Iba fumando un puro, como buen palmero, mientras yo charlaba con su hijo Antonio a la hora del aperitivo. También fue mi profesor, cuando los profesores eran profesores y los alumnos queríamos llegar a ser iguales a ellos. Ahora estoy tumbado en la cama con un libro entre las manos y me acuerdo de don Jacinto. Es un recuerdo agradable.

Don Jacinto sufrió la represión después de la guerra, pero eso no le importó. Nos enseñaba a declinar y a amar la literatura con la sonrisa del que no conoce el odio. Ahora caigo en la cuenta de que hay muchos que no gozaron de estas personas y perdieron la gran oportunidad de valorar su sabiduría. El tiempo me lleva a la calma y a abandonar el tren urgente de las venganzas y las reivindicaciones que no nos conducen a ninguna parte. Don Jacinto es una huella sobre una colcha, un vestigio, como la sábana santa de Turín, el testigo de un libro semiabierto donde se cuenta la Guerra de las Galias. Ahora está Macron en el Elíseo, pero antes estuvo Julio César construyendo al continente con la resistencia de Asterix y Obelix. Me divertía el relato de Uderzo y Goscingy, pero el recuerdo de don Jacinto me obliga a valorar más a Roma. Es más Europa.

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