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La Caixa vuelve del exilio

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 09 de marzo de 2025, 10:58h

¿Y qué si no nos gusta el mundo en que nos toca vivir? No arreglaremos nada con eso. Unos protestan y otros están conformes y lo que unos afirman categóricamente otros lo niegan rotundamente y ninguno se pone de acuerdo. Esa parece ser una de las bondades de la democracia, que cada cual pueda expresar su opinión y sus preferencias libremente sin ser desautorizado por ello. Sin embargo, existe una tendencia inevitable hacia el autoritarismo, propio de quienes intentan imponer aquello en lo que creen como lo único posible. Esto es también consustancial con la democracia, porque la democracia no anula esa condición humana de actuar con la razón en el bolsillo como única credencial para andar por la vida.

Lo que iguala las oportunidades es el Estado de derecho, constituido por normas que los pueblos aceptan, o no, pero que rigen en igualdad para todos, errados o acertados, sean rojos o azules, progresistas o conservadores. El problema aparece cuando esas normas son vulneradas o retorcidas para que la razón caiga del lado de una de las partes. Entonces entramos en un híbrido en el que las cosas adquieren una relatividad inestable que nos hace dudar de la realidad. Es una especie de revolución sin revolución, porque a la revolución se la considera un derecho por encima de los demás derechos. Esto, por ejemplo, es lo que ocurre en Venezuela y en aquellos sistemas donde la preservación de unos principios ideológicos sobre otros desestabiliza los procesos igualitarios.

Aquí se ha instaurado el concepto de que gobernar en minoría es prestarse a todas las presiones circunstanciales para aguantar y prolongar una situación de indefinición permanente. Indefinición significa que lo que ayer valía como pilar inamovible hoy no lo es tanto, porque por encima se coloca el interés de la permanencia. Evidentemente, a esta situación no se la puede reconocer como democrática porque juega con el Estado de derecho como si fuera elástico y mantiene a la incertidumbre y a la imprevisión como el eje fundamental de la política. Entonces se recurre a la propaganda, que es el arma principal de los totalitarismos, para, desde una lucha de relatos falsos, dirimir cuál va a ser la idea poderosa elegida por los ciudadanos. Hoy nos enfrentamos al debate de cuáles son las competencias exclusivas y características de un Estado, como si la Constitución y el sentido común no fueran suficientes para definirlas .

No se trata de una discusión entre bloques ideológicos, es algo que afecta a las estructuras internas de los partidos, de aquello que tiene que ver con la racionalidad y la libertad de criterio de sus integrantes. Todo esto ocurre delante de nuestras narices y los exegetas aseguran que proviene de la conquista de la normalidad, y que buena prueba de ello es que la Fundación de la Caixa ha retornado del exilio, una palabra que queda totalmente desvirtuada si se aplica a las consecuencias nefastas del procés, como si en Cataluña hubiera tenido lugar una guerra civil. Con lo fácil que sería confesar que se hace solamente por 7 votos, como saben todos los españoles, estén en la latitud que estén y voten al partido que voten.

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