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Nos acordamos del seguro, sólo cuando truena

Por José Luis Azzollini García
lunes 10 de febrero de 2025, 10:59h

Ante todo y para eliminar cualquier tipo de malicia de mentes entretenidas en buscar donde no hay, he de informar que nunca he trabajado en el sector de los seguros. Tampoco tengo a ningún familiar directo que llene su despensa de los beneficios del trabajo en ese campo. De hecho, lo más cerca que estuve de trabajar para una empresa de seguros, fue cuando pasé una entrevista de trabajo en un momento en el que estuve sin trabajo estable. Me presenté, tirando ya, mi listón de posibles empleos pues llevaba dos meses viviendo del Estado -SEPE- y estaba comenzando a desesperarme. He de confesar que siempre había tenido algo claro, en lo que a mi vida laboral se refiere: no me vi nunca trabajando en el sector “seguros” ni en el de las “editoriales”. Sin embargo, en aquella ocasión y motivado por mi habitual desesperación -mejor para ayer que para hoy; y mucho mejor que para mañana- decidí presentarme a aquella oferta de trabajo de una compañía de Seguros y reaseguros de nombre que omitiré -más por caballerosidad que por un respeto que ellos no mantenían con quien se presentaba atendiendo a su oferta-, pero era de las “importantes”. Desde el primer momento, mi currículo, parecía que les impresionaba, o por lo menos eso es lo que me iban repitiendo cada vez que pasaba los filtros que me iban poniendo antes de llegar al despacho del gran jefe: un pipiolo con un flamante título de económicas que a todas luces estaba estrenándolo en fechas recientes. Tiene usted, un perfil que se acomoda a nuestra compañía; ¡Caramba, donde estaba usted escondido! Creo que es la persona que buscamos… ¿le importa que le entreviste el jefe de zona? Respeto, poco, pero hay que reconocerles que tenían la técnica necesaria para crear expectativas en quien la recibía y necesitaba. Así, fui pasando por diferentes despachos y conociendo a personas con las que antes no había tenido el gusto; hasta que llegué a la oficina del “Jefe”, “el capo”, “el mandamás”; “el pipiolo”. En definitiva con la persona que, tal vez, me fuera a dar la alternativa en aquel negocio del seguro. Iba a poder decir adiós al sueldo del Estado y pasar nuevamente a la condición de “personal activo”. Claro, que la cosa no es como empieza, sino como termina y ese momento, no fue un punto y seguido, sino un batacazo de los que dejan huella. El joven altivo que me recibió, volvió a repetirme todas las frases que ya me habían dicho sus compañeros de equipo, Se lo agradecí y antes de que el torrente sanguíneo siguiera aumentando la aceleración que había comenzado a primera hora de aquella mañana, me hizo la pregunta que hizo que tomara tierra, sin desplegar mi tren de aterrizaje: ¿Mis compañeros ya le han explicado cómo es la oferta de trabajo? Pues no, le contesté. No había existido la posibilidad de entrar en esos aspectos. Y me lo explicó: se trataba de un contrato mercantil -en la oferta nada se había hablado ni dejado caer que se trataría de ese tipo de relación- por el que ellos se comprometían a abonarme el 30% del valor de las pólizas vendidas por mí, quedándose ellos -en calidad de formación, riesgos y no sé cuántas cosas más- con el nada despreciable resto del total. ¿Le parece correcto? ¿Le apetece entrar a formar parte de La piiiiii Insurece? Obviamente les contesté que sí; pero tratándose del tipo de relación que allí se barajaba y de la propuesta de modificar los porcentajes a cobrar por cada una de las partes que puse sobre la mesa, ellos decidieron que de golpe y porrazo dejara de ser interesante todo lo que sabían de mi perfil profesional. Eso fue lo más cerca de pertenecer al mundo de los seguros y reaseguros que estuve jamás.

Ello no quiere decir que cada vez que he tenido alguna necesidad de tener cubiertas mis espaldas en caso de incidentes no deseados, haya recurrido a este tipo de empresas. Jamás me acostumbraré a escuchar frases solicitando ayuda pública para reconstruir la casa que el fuego devoró o que la riada se llevó por delante. No se me confunda, por favor. Mi sensibilidad se pone en marcha cuando veo alguna de esas desgracias, por todo lo que supone cada una de las pérdidas de lo material, sobre todo para quien le costó mucho tener lo que tenía antes verse inmiscuido en alguna de esos reveses que te cambian “los chacras”.

Tengo seguro activo de Hogar, porque no deseo que si ocurre algo en el lugar donde vivo, me quede con una mano delante y otra detrás. Tengo seguro activo para el vehículo, pues no deseo que por mi falta de pericia o descuido, alguien pueda verse afectado por alguna parte de mi coche y no pueda recuperar parte de lo perdido o dañado. Mantengo hasta una cláusula, en mi seguro del hogar, para proteger los excesos de cariño en los que Nina, la perrita que comparte espacio con mi familia, pueda verse implicada. Como se podrá deducir, mi empeño en mantener en activo mis pólizas, es para todo lo que me afecta personalmente. Pero, cuidando de lo mío, resulta que también protejo a quienes me rodean y a sus propiedades. Protegiendo lo propio, también me aseguro de que en caso de incidencia, no se tenga que recurrir al erario para resarcirme de los daños que se me pudiera ocasionar en caso de accidentes naturales.

En la isla de La Palma y más reciente en Valencia, tenemos claros ejemplos de lo que puede suceder sin estar previsto. Y, cuando digo “puede suceder”, me refiero no solamente al desastre natural que ya todo el mundo conoce por la prensa, sino a lo que acontece después de la propia situación sobrevenida. Muchas de las personas que se han visto involucradas, han salido a la palestra para expresar sus sensaciones y cada una de sus desgracias. Esos son los momentos tristes. Momentos que nos afectan al resto de la población que no sufrió, de forma directa al menos, por lo que aquellas familias tuvieron que pasar. Después de esos momentos, han venido otros donde la rabia fluye y se verbaliza hasta dejar clara la desesperación por haberlo perdido todo. ¡Por no tener nada de lo que antes se poseía!

Es justo en esos otros momentos, en lo que baso el fondo de este artículo, pues se da la circunstancia que, a través de la prensa también, nos llegan las noticias, que hablan de las diferencias entre quienes tenían seguros en activo y quienes habían decidido que eso de pagar un seguro no era una cuestión prioritaria. Los primeros han ido cobrando de sus compañías o del Consorcio de seguros, en un tiempo “relativamente” corto; sobre todo, si en la balanza de los tiempos de respuesta, ponemos a quienes tenían póliza abierta frente a quienes no. Este otro grupo, pasó a depender directamente del interés político en resolver su situación, y, sobre todo, en los tiempos que las gestiones de lo público comportan. ¡Impera la lentitud y la necesidad de evitar los “goles”!

Lo curioso del caso, es que si este otro grupo hubiese tenido póliza que cubriera la incidencia habida en La Palma, en Valencia o en cualquier incendio de una pequeña casita, sus propietarios estarían enfrentándose a cada situación desde una posición mucho más “exigible”: desde la atalaya de sus propios derechos. Y, de camino, si fuera mayoría el grupo de quienes firmamos pólizas de seguros, probablemente, veríamos como la cuantía que hoy pagamos podría verse reducida. Desde luego, lo que sí se reducirían serían las partidas que desde lo público se ha de dedicar a cubrir lo que para algunos no era “prioritario”. Recuérdese: No es falta de sensibilidad; es poner algo más de objetividad.

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