www.canariasdiario.com

Turismo en La Graciosa

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 08 de febrero de 2025, 07:00h

No es la paciencia una virtud con la que fuera dotado al nacer, tampoco un bien adquirido con el paso de los años. Por el contrario, las personas que me quieren necesitan disimular mucho o cerrar a cal y canto sus sentidos, al menos dos, oído y vista, para conseguir soportar mi cercanía.

Algunas veces, como si pretendiese demostrar que nunca es tarde el tránsito por el camino hacia la sabiduría, intento hacer ejercicios de prudencia, lidiando frente a esperas infinitas, bocinazos extemporáneos, llamadas de vendedores atosigantes o reclamos ante la administración o empresas prepotentes sin respuestas.

No siempre lo consigo, la mayoría de los empeños concluyen en una especie de frustración energúmena.

Y en eso estaba, respirando profundo, aguardando que una pareja preguntase y repreguntase a una guía frente a un puesto donde se ofrecían recorridos por la isla de La Graciosa.

No era difícil tomar una decisión, un cartel enorme mostraba los puntos a visitar, con una transparencia y claridad comprensible en cualquier idioma.

Allí figuraba el vehículo a utilizar, el tiempo y recorrido, quién sería el conductor, las paradas, absolutamente todo lo necesario para que cualquiera, con un mínimo interés explorador, pagase una módica suma para empezar a disfrutar.

Admirado por la templanza y equilibrio de la promotora, y muy inquieto por los volcanes interiores que rivalizaban con los exteriores, noté que la amiga que me acompañaba comenzó a hacerme señas, las mismas de siempre.

Las hacía con las manos, ojos y cabeza, todas ellas casi sin moverse, imperceptibles, hablando sin hablar, gritando para que solo rebotara el eco en mis conductas: “¡No se te ocurra!”

No se me ocurrió, hasta que la situación, de tan redundante, se hizo insostenible y me salí de la fila.

Los dos turistas, insoportablemente pesados, no solo preguntaban por el 4 x 4, también por bicicletas, senderos, caminatas, islotes, playas; solo les faltaba averiguar si algún isleño forzudo podría llevarlos en andas.

¡No estaban en una oficina de información y turismo!, ¡tampoco intentando contratar un viaje a Marte!, se trataba de una vuelta por la octava isla de Canarias, con menos de 30 kilómetros cuadrados.

Como los conductores de otros vehículos, ofreciendo el mismo servicio, también esperaban, me dirigí a quien correspondía el siguiente turno.

"Buenos días, mi amiga y yo queremos hacer el circuito y quienes nos anteceden no se deciden, así que nos vamos con usted."

Su respuesta, con la boca repleta de sonrisas, me dejó estupefacto: “Mire, el turno le corresponde a la chica que está explicando. Seguro que ella los va a llevar en unos minutos, porque los que están preguntando tanto se van a ir caminando.”

No podía saltarse la cola, lo estipulado era que yo esperase el servicio que haría la joven, esas eran las normas y él las respetaba.

Por supuesto, no iba a ser yo quien las transgrediera, así que suspiré, regresé a la fila donde aguardaba mi amiga y cuando los persistentes se marcharon, seguramente a reponer saliva, la conductora que los atendía no tuvo que decirnos nada, simplemente escuchar: “¡Vámonos, que perdemos el ferry”!

Lo primero que le dije a Inma, ese era su nombre, es que tenía unos colegas fabulosos que no quisieron reemplazarla, y que el muchacho con el que había hablado sabía que no contratarían su servicio, que la esperásemos.

Nos aseguró que ella también lo sabía, pero que estaba respondiendo porque, aun sin ser su función, le gustaba dejar a todo el mundo satisfecho.

Inma nos trasladó con pericia por todos los rincones de la isla, nos explicó aspectos de la reserva marina Isla Graciosa e Islotes del Norte. Nos ilustró acerca de un lugar prodigioso, de sus costas y sus peligros, de las veces que se detiene para informar a imprudentes que no deben, aunque crean que pueden, bañarse en determinados sitios, o trasladar a inconscientes que sufren golpes de calor, ellos o sus hijos lactantes.

Me dije que estaba viajando al lado de una excepción, en cada punto una referencia, a cada referencia una historia, allá Alegranza, aquí la primera ciudad: Pedro Alba, los contrastes, los colores, Montaña Bermeja, Montaña Clara, Roque del Este, el número de habitantes, los problemas con el agua, los estudios primarios, el bachillerato en Haría, la preparación lejos de casa, los viajes, lo que representó y representan los turistas que llegan, el respeto por la naturaleza.

Cuando concluyó el periplo, fuimos a almorzar a un lugar que nos recomendó, y allí lo que parecía excepción siguió siendo norma. ¿Cómo no iban a conocer a Inma?, mientras esperábamos las viandas nos siguieron contando historias, del pueblo, de su gente, sus costumbres, de los 9 maestros que llegan cada día, del médico, del cura, de la parroquia Virgen del Mar, donde un día del año 2017 llegó, para ser venerada durante una jornada, la Cruz de los Náufragos de Lampedusa.

Al concluir la visita, a punto de tomar el ferry para regresar al Puerto de Orzola, nos reencontramos con la protagonista. Le dijimos que nos había gustado el safari, que todo había sido genial y que lo intentaría plasmar en un comentario.

Inma me agradeció, pidiéndome que nombrase también a su primo Acaymo y la empresa donde trabajan.

Lo iba a hacer, pero me dije: ¿para qué?, si todo el mundo los conoce.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios