Ya es común en el lenguaje terapéutico aquello de “mens sana in corpore sano”. Esta expresión latina se traduce como “una mente sana en un cuerpo sano” y fue extraída de uno de los poemas satíricos escritos entre los siglos I y II por el autor romano Décimo Junio Juvenal. Esta frase recomienda cuidar tanto la salud del cuerpo como la de la mente. La salud física así como la salud mental. Y, evidentemente, hay mucho espacio social para la salud física -gimnasios, centros sanitarios, seminarios de nutrición integrados, y un largo etc.- y no estoy seguro que tengamos la misma cantidad de espacios sociales para el cuidado de la salud mental. Lo cierto es que es un tema que preocupa y que últimamente comienza a hacerse notar.
Estos días en el entorno de la Universidad de Alcalá esta habiendo una reunión de todos los responsables de la pastoral universitaria de España para tratar este tema en relación a los jovenes universitarios. El encuentro se centrará en tres bloques temáticos: Primero, “Entendiendo la salud mental de los jóvenes universitarios: estado de la cuestión, claves y retos”. Segundo, “Desentrañando el mundo interior: factores psicológico en la salud mental de los jóvenes”. Y, en tercer lugar, “Esperanzas y acompañamiento:la dimensión pastoral en el cuidado de los jóvenes”. La educación integral de un universitario, como de toda persona, debe incluir la dimensión mental, y su salud, si quiere responder a lo real. Y es real que, en estos momentos de la historia, la situación nos ofrece el convencimiento de que en la educación de los universitarios es especialmente importante tomar conciencia de la importancia de la salud mental.
Tengo para mí que el problema no es generacional en el sentido meramente cronológico. Como si en otras épocas hubiera más salud mental o menos enfermedades en ese ámbito. El tema es de horizonte cultural en el que la sociedad se conforma y que padece actualmente una desvinculación social y una desesperanza que las generaciones jóvenes sufren de manera especial y les afecta muy negativamente. No son solo los jóvenes universitarios en los que acontece intentos de suicidio o un uso abusivo de psicofármacos. Pero que le ocurra a quienes inician el camino de la vida marcados por su juventud llama especialmente la atención. Preocupa especialmente.
La omnipresencia de las redes sociales y las adicciones a los juegos virtuales, la dependencia de las pantallas y las crisis sociales intermitentes que venimos sufriendo, son generadoras de una desvinculación que en otros momentos se amortiguaba con experiencias comunitarias y familiares. No se dan jóvenes débiles sino en sociedades débiles. No hay jóvenes sanos sino en sociedades sanas. La salud mental se cuida en los horizontes amplios de la vida social.
Pero las cosas nos como son. Cualquiera que sea la causa o el origen, la realidad está ahí, frente a nosotros, y hemos de buscar caminos que revitalicen la esperanza. La dificultad ante el futuro laboral, cuando el optimismo no aterriza, debe despegar con esperanza. El optimismo no es lo mismo que la esperanza. La esperanza no es la convicción de que algo salrá bien, sino la certeza de que algo tendrá sentido, independientemente de cómo resulte. Eso es lo que necesitan muchos aspectos de la salud mental de los jóvenes: razones para la esperanza.