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Un año más... y otro menos

Por Jaume Santacana
miércoles 01 de enero de 2025, 08:00h

Así, como quien no quiere la cosa, un año se nos escurre por el desagüe del tiempo y otro se muestra flamante repleto de falsas ilusiones. En nuestro caso concreto —en nuestra civilización— el 2024 se larga con viento fresco mientras que el nuevo 2025 aparece por el horizonte con evidentes señales de cansina reiteración. Por muchos bondadosos y benevolentes deseos que fragüemos en el interior de nuestro espíritu (una amalgama de razón y emoción), la realidad nos demostrará, una vez más, un año más, que la vida sigue inexorablemente su camino hacia no se sabe exactamente dónde y que el comportamiento terrenal, en general, no modificará ni un ápice los genes que, involuntariamente, administran el proceder de la Humanidad.

En primer lugar, la misteriosa aventura natural de la vida y la muerte seguirá tocando las narices a aquellos que estén predestinados a apearse de este mundo (los más achacosos, los desgraciados, las víctimas de la injusticia global individual o colectiva, los más ancianos, los desafortunados o los pringados por desgracias naturales o provocadas); por otro lado, el reverso de la medalla, la cara amable de la existencia, nos manifiesta cierta alegría —en ocasiones revestida de una efímera sensación de felicidad— en forma de nacimientos, loterías, amores, fortunas y júbilos de toda clase, fútbol y compañía.

A medida que uno envejece —y escribo por experiencia propia— dos estados de ánimo invaden sus recónditos pensamientos. En una primera fase (normalmente más allá de cumplir los cincuenta) el escepticismo invade el raciocinio, formado a base de veteranía y mundología. Una inquietud inquisitiva y constante hacia todo —y cuando escribo todo quiero decir todo: opiniones, creencias y actitudes— invade la intimidad y crea la duda universal ante lo que el mundo da por supuesto. ¡”Duda”, qué gran vocablo! El auténtico, el genuino escéptico, el de manual, no da nunca nada por bueno, seguro o normal. Su mente se cierra en banda ante cualquier atisbo de seguridad prefabricada o tradicional.

Atravesado el muro de los setenta años, al escepticismo se le añade otro tabique infranqueable pero inevitable al fin: el pesimismo. El pesimista, además de dudar (esto ya no desaparece jamás) tiene una visión del mundo basada en el negativismo más puro. Uno ya no sólo desconfía de todo y de todos sino que, por si fuera poco, entra en una fase de desesperanza y desmoralización general (desilusión) al comprender, de primera mano, que la vida tiene un final y que nada ni nadie adquiere la importancia necesaria como para prestarle demasiada atención. Ya no es que se intuya como cierto que la vida tiene un final sino que, además, uno alcanza la conciencia de que ese desenlace está próximo, cercano, vecino; uno se ve limítrofe con la muerte. Escepticismo y pesimismo, valores seguros y defensa personal ante el gran misterio del Universo.

Entra un año fresco y lozano pero los ancianos sabemos que —por muchas novedades tecnológicas, científicas o espectaculares que se presenten— las cosas seguirán más o menos idénticas que en los anteriores años, décadas, siglos, eras. Las habas continuarán cociéndose en todas partes; las guerras y conflictos sangrientos perseguirán a millones de seres humanos indefensos; los asesinos, violadores y maltratadores no van a desaparecer por arte de birlibirloque; los terremotos, incendios, inundaciones y accidentes de todo tipo persistirán en su afán destructor. En fin: un puto desastre. A cambio, nacerán niños felices o no tanto; la tecnología y los avances de la investigación científica mitigarán el dolor de mucho personal; y el talento de parte del mundo luchará por conseguir la utopía del “mundo feliz” de Aldous Huxley. ¡Ah!, se me olvidaba: los papanatas seguirán estando en primera linea de fuego.

No hay hombres buenos y hombres malos. Todos tenemos algo de bueno y algo de malo. Lo mejor es no radicalizar esta contraposición.

¡Que tengan un 2025 mínimamente pasable! ¡Ah, y no se hagan demasiadas ilusiones; no es sano!

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