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El plátano pegado a la pared

Por Julio Fajardo Sánchez
martes 03 de diciembre de 2024, 00:03h

Un millonario chino de 34 años, experto en criptomonedas, ha comprado por más de seis millones de dólares un plátano pegado a una pared por una cinta aislante. Hay gente que se escandaliza con esto, sobre todo al saber que el coste en el mercado fue de 25 céntimos y algo menos el trozo de plástico. El comprador se lo comió el pasado viernes para evitar que se pudriera. Lo que queda claro es que además adquirió los derechos de la idea, y la estupidez humana hará que se forre vendiendo réplicas.

La gente de a pie no entiende estos negocios, pero es capaz de picar en entelequias de mayor alcance cuando compra motos que no existen y promesas que no tienen visos de ser cumplidas. Al menos el plátano estaba allí, y, por el principio de conservación de la materia, se transformará en un residuo asqueroso y contribuirá a que la sangre siga corriendo por las venas del que se lo comió. Lo otro es humo, palabrerío, insensateces, pero que repercuten de forma directa en lo que va a ser nuestra vida.

Por poner un ejemplo, ¿qué es más disparatado, pagar seis millones por un plátano que creer que mañana va a bajar el precio de la vivienda por un anuncio sacado a la remanguillé en un congreso? La gente se escandaliza por tonterías y, sobre todo, por cosas que no entiende. El tío del plátano está vendiendo una idea. Sobre todo una idea que es el reflejo de una realidad. No es solo algo simbólico, porque con cierta habilidad se puede recuperar fácilmente lo invertido, sino que además ese aparente descomunal beneficio se queda en nada comparado con el que se puede obtener en el mercado de la mentira y de los compromisos de difícil cumplimiento. Estos sí que son aplaudidos por aclamación y nadie se extraña del riesgo de fraude que implica. Al menos el plátano es un plátano, la cinta es una cinta y la pared es una pared. Aquí no se engaña a nadie, porque los engañados suelen ser los que quieren ver algo más allá de lo que representa la realidad.

En el fondo, todo está inventado. Ya lo hicieron Marcel Duchamps o Andy Warhold, o René Magritte, solo que ahora han sacado a la pipa del cuadro y la han adquirido en un puesto de frutas del mercado. Con la literatura pasa igual, siempre corriendo detrás del símbolo interpretativo que aclare los misterios, como los estúpidos exegetas de James Joyce. Ante tanta tontería habría que recordar a Hemingway cuando refiriéndose a “El viejo y el mar” decía: El hombre es un hombre, la barca es una barca y el tiburón es un tiburón. No hay más. En este caso una banana es una banana, y encima se puede comer. Y esto lo dudan quienes se tragan a ciegas todo lo que le cuentan en un discurso. ¡Venga ya!

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