Es posible que mi incompetencia en la búsqueda de bibliografía o información exacta pueda obedecer a cualquier tara o manipulación expresa, creo que no.
Por lo tanto, si en lo que seguidamente voy a exponer existe algún error, la culpa no será de los datos, sino de mi ineptitud a la hora de presentarlos.
A pesar de eso, no consigo reprimir la necesidad de hacerlo, aunque antes necesite confesar que no he conseguido ordenar el razonamiento, porque la rabia y la pasión terminaron por confundirme políticas, relaciones internacionales y mujeres.
Iniciemos con el desorden, para “armonizar”, de alguna manera, el texto con lo que está sucediendo en un punto querido del planisferio, donde un presidente, el que actualmente rige sus destinos, fue elegido para desempeñar al cargo que ostenta por 14,476.462 votantes.
Me interesó saber cuántos de esos votos fueron emitidos por mujeres y encontré que el caudal de simpatizantes, -según encuestas y estudios preelectorales, dígito arriba, dígito abajo previo al acto electoral- fue del 40 % del censo.
En consecuencia, si eso fuese verdad y aplicando un simple cálculo aritmético, obtuve 5.790.548 de mujeres que -posiblemente- apuntalaron la victoria de quien hoy se pasea por el mundo mostrando su banda presidencial.
Lo anterior era todo lo que tenía que decir de la política y de ciertos políticos argentinos, toda vez que la voluntad popular, más que expresarse, gritó, y sigue gritando, sin temer a quedarse afónica.
Ahora toca repasar la historia. Cuando concluía el año 1993, una Sesión Plenaria de las Naciones Unidas reconocía la urgente necesidad de aplicar a la mujer los principios relativos a la igualdad, seguridad, libertad, integridad y dignidad que no se respetaban.
En un documento, redactado con la jerga habitual de lo obvio, repleto de gerundios y transcrito en no sé cuántos idiomas, se sucedían los "observandos", "reconociendos", "afirmandos", "certificandos" para demostrar que la violencia contra la mujer constituía una “manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales, que han conducido a la dominación de la mujer y a la discriminación en su contra por parte del hombre e impedido el adelanto pleno de la mujer..."
La ONU estaba preocupada por el hecho de que algunos grupos de mujeres, pertenecientes a minorías indígenas, refugiadas, migrantes, o que habitan en comunidades rurales o remotas, indigentes, recluidas en instituciones o detenidas, niñas, mujeres con discapacidades, ancianas y las mujeres en situaciones de conflicto armado eran particularmente vulnerables a la violencia.
También estaba alarmada por el hecho de que las oportunidades de que disponía para lograr su igualdad jurídica, social, política y económica en la sociedad se veían limitadas. Denunciaba la violencia continua y endémica, y se mostraba convencida de que se requerían definiciones claras y completas sobre esta violencia, debiendo los estados adquirir compromisos para evitarla.
A tal efecto, proclamó, solemnemente, la "Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer", instando que fuese universalmente reconocida y respetada.
Dotada de seis artículos como soles, el primero definía lo que se pretendía combatir “... todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.”.
El segundo aclaraba esos conceptos, luego explicaba, punto por punto, todos los derechos, las “obligaciones” que deberían asumir los estados y los esfuerzos a los que estaban obligados, igual que las Naciones Unidas, para concluir en el punto sexto, con la fecha: 20 de diciembre de 1993.
Décadas después, viendo la necesidad de profundizar la prevención de esta maldita lacra, en los primeros días del mes de noviembre de 2024, la Asamblea General de las Naciones Unidas creyó necesario votar una nueva Resolución.
En una sala multicultural, 170 países alzaban la mano para decir que sí a la necesidad de aumentar las acciones "para prevenir y eliminar todas las formas de violencia contra mujeres y niñas" , sobre todo en el entorno digital, donde hoy se aprenden cosas que espantan y enferman, sin que nadie obligue con limitaciones a los poderosos que se lucran con el dolor ajeno.
De los estados presentes en Nueva York, en realidad sería mejor decir representantes de esos países, porque algunos no se representan ni a sí mismos, 13 se abstuvieron, quizás porque en sus legislaciones se permiten actos que en el resto del mundo se juzgan como delitos graves.
Un solo representante pulsó el botón rojo o levantó la mano o no sé lo que hizo para señalar su voto contrario.
Un tipo mandado, desconocido, que permitió que el nombre de Argentina, no el suyo, figurase como el único de la ONU que está en contra de prevenir la violencia contra las mujeres y las niñas.
Intuyo que, de haber estado allí cualquier argentino de bien, hubiese acordado con el resto, pero hoy, quienes la gobiernan, se creen que hablan, argumentan, y deciden por todos.
Concluyo: un enorme trabajo tendrán por delante las mujeres argentinas, para digerir el tremendo ataque que les ha propinado alguien acostumbrado a hacer, incluso, lo que nadie imaginó que se podría hacer con una incapacidad manifiesta de respetar, a las personas que lo han apoyado.