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El que no trabaja, que no coma

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 21 de noviembre de 2024, 06:00h

Lo que dan de sí cuatro arbolitos en la pared. Así concluíamos la semana pasada, imaginando las manos de algunas personas mayores que habían confeccionado aquellos adornos. Un trabajo del que ellos fueron los más agraciados. Un trabajo terapéutico. Y pensaba hoy que cualquier trabajo es un don que nos beneficia. Es cierto que su etimología lo sitúa en el marco del potro de tortura, y que en la voz del libro del Génesis el trabajo es consecuencia del pecado. Pero, como indica el dicho popular, su valor aparece cuando se carece de él o se pierde. Trabajar es un medio para garantizar la vida, y más que eso. Es una expresión concreta de la dignidad de la persona. Una forma de ejercer la actividad y desarrollar la creatividad desplegando nuestra riqueza interior.

El trabajo es una forma de mejorar la realidad enriqueciendo la vida ajena. No considero que sea adecuado que nos contentemos con que a nadie le falta un medio de vida, aunque sea por la vía del subsidio. Eso garantiza la manutención, de sí y de los suyos, pero el trabajo es una aportación creadora de nosotros hacia el resto de las personas. Por sencillo y pequeño que sea considerado, cualquier trabajo nos vincula a la dinámica de la sociedad. Una actividad que beneficie a otro, siendo expresión de mi capacidad creativa, es un derecho humano porque es una ocasión de dignidad personal.

Es un derecho, pero es también una obligación. Nos recuerda san Pablo (2 Tes 3, 10-12) que Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. 11 Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. 12 A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan.” Es un texto que siempre me ha servido de estímulo. No todo es comer, vestir, habitar un espacio de seguridad, etc. Uno debe sentir que contribuye al bien de todos con esa pequeña aportación de realidad que produce nuestra actividad. Un trabajo es un bien social y personal.

El trabajo es un factor primario de dignidad. En sentido objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el ser humano se sirve para producir, para dominar la tierra, para beneficiar al entorno y al bien común. Benedicto XVI, en Cáritas in veritate, 63, no dice: “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que de este modo haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.

He recordado ya varias veces -es porque me gustó en su momento y reconozco su valor- aquella frase que mi hermana me dijo al inicio de su experiencia profesional: “Hago lo que me gusta y, además, me pagan”. Realmente es la dicha más dichosa y la forma más digna de entrega personal al desarrollo del bien de todos y común. Hoy quisiera terminar con la segunda parte de un poema que recito con frecuencia:

“(…) Quien diga que Dios ha muerto / que salga a la luz y vea / si el mundo es o no tarea / de un Dios que sigue despierto. / Ya no es su sitio el desierto / ni la montaña se esconde; / decid, si preguntan dónde, / que Dios está -sin mortaja- / en donde un hombre trabaja / y un corazón le responde.”

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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