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La normalidad

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 20 de noviembre de 2024, 12:16h

Anoche Motos entrevistó a Almeida y dio 12.000 euros en la tarjeta del Hormiguero. Cosas de la fachosfera, pero que entretienen a la gente. Hoy las redes se llenan de insultos al alcalde de Madrid. Ya sabemos que la democracia consiste en eso, en que cada cual manifieste sus opiniones libremente. Mientras la política se dirima en la televisión la cosa funciona con normalidad.

¿Qué es la normalidad? Según las últimas versiones es retornar a las condiciones anteriores después de sufrir una catástrofe. Eso se inventó con el Covid y ahora se emplea también con la recuperación después de las inundaciones de Valencia. Ayer decía el presidente desde el G20 que tenemos que acostumbrarnos a que es normal gobernar en minoría, que vivir con el alma en vilo cada vez que el parlamento tiene que aprobar un paquete de medidas forma parte de esa normalidad de la que no se espera salir para desembocar en la otra, tan ansiada, por la que se recuperan las constantes anteriores. Cuando estudiaba Física elemental en el Instituto, los fenómenos se producían en condiciones normales de humedad, presión y temperatura. Si no era así había una distorsión en los resultados. Por eso yo entendía que la normalidad consistía en la ausencia de esas distorsiones.

Hoy es difícil alcanzar ese estado ideal. Los que hacemos viajes sabemos que en la mudanza nos exponemos al riesgo de la ausencia de normalidad. Siempre habrá una turbulencia en la atmósfera que haga temblar al avión o una fuerte marejada en el océano que mueva al barco más de la cuenta. Los pilotos están acostumbrados, pero nosotros, que formamos parte del pasaje, la masa que se deja llevar porque no le queda más remedio, sufrimos una ansiedad innecesaria que nos hace pensar que lo que ocurre a nuestro alrededor no tiene nada de normal.

No es normal, por ejemplo, que las propuestas del Gobierno sean tumbadas en el parlamento un día sí y otro también, como tampoco es normal que se acepte que así se puede gobernar porque así lo exigen los nuevos tiempos. ¿Cuál es la normalidad? ¿El ambiente en que nos movemos o el que deseamos que retorne? Todo se arregla colocando la palabra “nueva”, como si fuera un prefijo innovador para acreditar lo que se nos viene encima, sea bueno o malo, que igual da. Son cosas de la nueva normalidad o de la nueva política donde se diluyen las esperanzas de retorno a tiempos de mayor estabilidad.

El cambio climático irá a peor, con lo que las condiciones también empeorarán. No hay ninguna agenda que nos transmita el optimismo de un futuro mejor. Estamos en el umbral del apocalipsis, en la Carretera de Cormac McCarthy, en el escenario al que los marinos llaman horizonte cerrado, siendo testigos de que el mundo se destruye en busca de una normalidad que no llega nunca, porque el estado anormal se acepta como una nueva forma de vivir. Esto es lo que nos pasa. Por eso anoche Motos le puso dos retos al alcalde Almeida para que improvisara unos discursos anodinos con la velocidad con que lo hace un opositor, acostumbrado a estudiar cronómetro en mano. No estuvo mal, pero a mí me resultó algo desesperanzador.

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