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Cuatro arbolitos en la pared

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 14 de noviembre de 2024, 06:00h

¡Qué orgullo!

En frente tenía cuatro pequeños arbolitos de navidad colgados de la pared. Imagino que fueron realizados por los ancianos de la casa en las actividades del Centro de Día de Cáritas en La Piterita. Eran distintos, de no más de 15 centímetros, pero en su pequeñez, estando allí, sentado, en medio de una reunión de coordinación de Cáritas Diocesana, me parían muy grandes. Diría que eran enormes. Porque no solo el tamaño es físico; hay tamaños cualitativos que hacen de los objetos ámbitos de encuentros.

La realidad en la que estamos, de la que formamos parte, posee una dimensión inherente y definitoria: la realidad es compleja. La complejidad es un aspecto que debemos tener siempre presente si queremos un desarrollo verdaderamente integral, llegar a ser creativos e interiormente libres. Si solo hubiera objetos delante de nosotros, la situación sería muy simple: dominar, usar y controlar los objetos. Pero no son solo objetos; son ámbitos de encuentro. Detrás de un arbolito colgado de una pared hay más realidad. Da de sí mucho más que lo que da de sí un mero objeto decorativo. Es un grito en la pared. Es una sinfonía de mensajes en los que hay que indagar en profundidad si sigue siendo importante para nosotros la verdad.

La realidad está constituida, inicialmente, por las cosas y los objetos que usamos. Es un primer nivel fundamental, pues la ciencia y la tecnología tiene la realidad material como fuente de investigación y trabajo. Es el nivel del saber al que alimenta nuestros sentidos. Pero hay otro nivel de la realidad que supera el que y se encuentra con el quien. Y ese salto nos sitúa en otro ámbito de realidad. El nivel del encuentro con otro como nosotros, con la realidad personal, con la que la manipulación se convierte en diálogo y encuentro. Si nos mantenemos en el primer nivel al encontrarnos con las personas, la manipulación puede ser el riesgo peligroso. Este segundo nivel, bien distinguido y asumido, genera en nosotros otro nivel de creatividad. Es como el salto del artesano al artista. Y sigo mirando los cuatro arbolitos de la pared y descubro detrás de esos cuatro objetos a personas mayores, a cuidadores y animadores, a la cultura navideña, a soledades acompañadas y otras no deseada.

Esta experiencia no concluye en ese nivel su desarrollo. La incorporación de la libertad y la norma, el descubrimiento de los valores, etc., nos sitúa en un tercer nivel en el que asumimos la capacidad de decidir buscando el bien de lo real experimentando una llamada a la excelencia ética y a la vida valiosa. Crece y cambia de nivel, también, la creatividad.

El objetivo final es el vivir. Y ese será el cuarto nivel de realidad. El de los valores incondicionales que se descubren en el encuentro diálgico con los ámbitos de realidad. No sale igual de cómo entra a un centro una persona que dedica un rato de la mañana a realizar, con cuatro palos y una cuerda de color, un arbolistao de navidad. Ese objeto ha entrado en su vida de una forma definitiva. Saber, sentir, elegir y vivir.

Porque ¿de qué vale saber si no terminamos de vivir, y vivir de manera verdaderamente libre y creativa?

Lo que dan de sí cuatro arbolitos en la pared.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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