Tiene razón Muñoz Molina en que desde niños tenemos la imagen de los Estados Unidos en la retina. Estados Unidos inventó la democracia liberal junto con la independencia y esto contagió a los países del sur, todos ellos de lengua y cultura española. También la Revolución Francesa le debió mucho a ese hecho, por eso Francia le regaló la estatua de la Libertad a la ciudad de Nueva York. Es decir, que la Europa democrática tiene también su origen en las mismas influencias.
España sufrió el rapapolvo en Santiago de Cuba, pero nunca le echó la culpa al poderoso país del norte sino a sus propios políticos. Estados Unidos vino a la guerra europea, con el soldado Ryan y todo lo demás, y eliminó a la lacra fascista. Como resultado, una redefinición de fronteras, tras el telón de acero, con un Berlín dividido como se reflejaba en “El amor de los cuatro coroneles”. Después el plan Marshall y la colonización cultural de Hollywood, que empezó desde que yo tenía narices. Los domingos íbamos al cine a patalear al ritmo de Barras y Estrellas o la marcha de los marines, con Guadalcanal, Paralelo 38 y demás hazañas heroicas acompañadas de bocadillos de queso de la ayuda americana.
El cine, sobre todo el cine, es lo primero que nos entraba por los ojos. Por eso conocíamos a los vaqueros, tanto como a los policías y a los gánsteres de Chicago. Los días de fiesta matiné, y por la mañana, después de la misa de San Agustín, leíamos los colorines de Superman, de Tom Mix y de Hopalong Cassidy, en la tienda de la madre de Tomás Morales. Mi hermano y yo íbamos a casa de Polito Erenas a ver una sesión de cine mudo, en un Pathé Baby, con las persecuciones de los coches negros de la policía por las calles de Brookling. Nos estábamos convirtiendo en una sociedad adicta a las formas de vida norteamericanas, y luego todo era mentira, porque, aunque vino Eisenhower a negociar las bases, nosotros seguimos con Franco casi 20 años más.
Iba a la peluquería y sobre la mesa había una revista de propaganda americana, algo que nos parecía de derechas porque la izquierda clandestina de aquella época era fanáticamente prosoviética. Después, a finales de los 50, el TEU cambió su repertorio de “La herida luminosa”, por el teatro americano de Tennessee Williams, Arthur Miller, William Saroyan o John Osborne. En la trastienda de Armando Sigút comprábamos las novelas de Henry Miller, de Jack Kerouac, de Lawrence Durrell y los autores de la generación beat. A mitad de los sesenta cantábamos canciones de Pete Seeger, de Peter Paul and Mary, de Tom Paxton y de Joan Báez. Pete estuvo en las brigadas Lincoln. Siempre con los americanos a cuestas, para bien o para mal.
Hoy andamos con la polarización, lo mismo que ellos, aunque algunos sectores, de la marginalidad oficial, se acerquen más a los ensueños tropicales caribeños, de Fidel, de Hugo, de Daniel o de Evo. En esto somos más bipolares que polares. Antonio Muñoz Molina se ha asombrado al asistir a un mitin de Trump en Nueva York. Las encuestas dicen que Kamala se le acerca, pero todos esperan lo peor. Mañana se celebran elecciones y repetiremos aquello de en qué se diferencia un americano mascando chicle de una vaca rumiando: En la mirada inteligente de la vaca.