www.canariasdiario.com

Mi padre, mi hijo y yo

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 19 de octubre de 2024, 11:00h

En casa tengo un mueble donde están todas las fotos. Esta es una costumbre muy generalizada. Mi madre también tenía uno que cumplÍa la misma función y el día de difuntos le encendía una lamparita de aceite: una de esas palomitas flotando en un plato. Hace un rato pasé por delante y vi una foto de mi padre, que murió a los 37 años. Tiene unas gafas de montura redonda y me sirve para formar una memoria que no se borra. Me detuve a mirarlo y pensé: es papá, como lo llamaba cuando era un niño y me cogía en brazos.

Yo tuve un hijo con esa edad y ahora tiene 45; es decir, que sería mayor que mi padre, y, en cualquier caso, podría serlo, pero no lo es. Me pareció tierno este recuerdo. La vida es continuidad y se engarza por los dos lados, así que yo estoy aquí, en medio de mi padre y de mi hijo, igual que lo hago a caballo del pasado y del futuro como si fuera un testigo vivo de ambas cosas. Mi padre se llamaba Julio, como yo, y mi hijo también, en una coincidencia para perpetuarnos.

Hoy es sábado y seguramente me llamará. Le preguntaré cómo andan las cosas por Barcelona. Ando detrás de contar una historia cada mañana, como si eso fuera el nexo necesario para colgarme a la vida. Anoche hice unos muslos de pollo que me quedaron riquísimos. Esta mañana los he probado, con el café y un vaso de soja, y al pasar por el mueble de las fotos he visto a mi padre y lo he saludado convirtiéndome en un niño. A eso se le llama jugar con el tiempo. La mente es capaz de hacer con el tiempo lo que quiera. Por eso Lewis Carroll tenía a un conejo obsesionado con la puntualidad, mientras él deconstruía a los relojes y al espacio para hacerlo grande o pequeño a su antojo, solo con emplear una poción. Con la foto de mi padre me ha pasado lo mismo y he retornado a mi infancia de sopetón, como deslizándome por un tobogán que me traslada a un ambiente que no existe, ni veo, ni palpo, ni siento.

Estoy escribiendo una novela donde todas estas cosas son posibles. La gente lo llamará irrealidad, pero es lo más real que puedo encontrar. A mi edad considero que todo lo pasado es pasajero. Me lo dice la experiencia. Todos los tormentos que martirizan a la memoria impuesta a la gente ya los he pasado y superado, y los considero llevaderos y no van a condicionar mi vida. Cuánto más ocurrirá con los que no he vivido y alguien se empeña en que mantenga en mi memoria prefabricada.

Me niego a aceptar que los mexicas sigan pensando en lo malvado que fue Hernán Cortés, como tampoco me importa si los huesos de Colón son suyos o no. Al padre de mi padre lo mataron en Paracuellos. No sé si esto es malo o bueno, pero siempre he pensado que convivo con personas que opinan que este hecho me hace ser sospechoso de algo. Mi padre murió con 37 años y no hacía muchos que habían matado al suyo. Esta mañana he pasado por delante de su fotografía y me he acordado de él. Creo que le he sonreído y le he llamado papá. Tal vez me devolvió la sonrisa , o lo que fuera, pero les aseguro que no vi ni un atisbo de odio en su mirada. Por eso me siento tranquilo en medio del tumulto. El tumulto es un libro que escribí contando estas cosas, pero también es el espacio que hay entre mi padre, mi hijo y yo, unido por el lazo de la sustitución de la existencia, que es más fuerte que el argumentario político con el que se empeñan en hacernos vivir todos los días, desde que amanece.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios