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Estoy vacío

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 09 de octubre de 2024, 13:55h

Cuando un escritor se siente vacío, sin nada que le venga a la cabeza, puede sacar de ese vacío el tema para su escritura. Dicen que tener la primera frase es suficiente, como en el refrán que asegura que comer y rascar todo es empezar. Esto ha dado origen a muchos gordos y a muchos ansiosos. No saber parar es un defecto en el que todos caemos alguna vez. Caer en algo alguna vez no está mal; lo malo es hacerlo todos los días. Yo, por ejemplo, sucumbo a diario ante la tentación de tener que contar algo, aunque no tenga nada que contar. Empieza, que ya saldrá un tema, como el que se rasca y el que se abarrota de potaje. Una cosa lleva a la otra, y a medida que avanzas te vas sintiendo cada vez menos vacío, o será que vas llenando el hueco con lo que salga.

Las palabras, las malditas palabras, son el demonio. Separadas por puntos y comas forman frases que son entendibles. El otro día me dijeron que escribo como hablo y que hablo como escribo. No sé si esto es bueno o malo. Puede que solo sea un ejercicio de transparencia y una muestra de sinceridad; pero creo que no, que es el producto de la técnica y del esfuerzo de economía y adelgazamiento del lenguaje que lo hace ser más directo y entendible. Hay gente que se disfraza al escribir, y se adorna con adjetivos dobles y hasta triples, para tratar de enjoyar pensamientos insulsos que pretenden epatar al personal. A los que lo hagan así les recomiendo que abandonen esa costumbre; y a los que disfruten leyéndolos les aconsejo que cambien de lectura. No se va a ningún sitio con eso. Terminarán aborreciendo a lo que intenta ser una exhibición de falso cultismo. Si quieren escribir pónganse a ello; respeten unas reglas básicas de la gramática y de la sintaxis, eviten las reiteraciones y eludan la falta de pertinencia. Seguro que así encontrarán al colaborador necesario que los comprenda. Nunca hay un vacío en el cerebro aparentemente dormido. Siempre hay un venero, un manantial escondido del que surge un chorro incontenible al que llamamos inspiración. No se trata de magia. Es solo mecánico: el acto de extraer algo que sabemos que está ahí y que la desidia retiene como si sufriéramos de estreñimiento. Para que las cosas salgan, primero tienen que estar. Por eso hay que alimentar al cerebro con informaciones, hay que vivir atento a lo que sucede alrededor, mirar, sentir, gustar, tocar y aprehender la sustancia de lo que observamos a fin de devolverlo bajo nuestra apreciación personal.

Hace un momento me quejaba de un vacío, pero me he puesto los dedos en la boca para provocar que surja un vómito de palabrerío que se ordena por sí mismo, sin que me esfuerce en orientarlo. Esto es escribir: un ejercicio que hay que hacer cada mañana como una obligación de calistenia. Parece fácil, y en realidad lo es si lo convertimos en un oficio feliz. Luego, cuando estamos a punto de finalizar el texto, nos preguntamos que hicimos para lograrlo. Nada, absolutamente nada. Dejarnos llevar por el instinto y pensar que somos diferentes a los autómatas fabricados por la ficción que nos pretenden anular. Solamente hace falta creer en que nuestra inteligencia siempre será superior a cualquier otra fabricada artificialmente. Si lo hacemos así estaremos avanzando en la conquista de nuestra libertad, y nos estaremos protegiendo de tanto malvado que se acerca con la intención de comernos el coco. ¿Entendido?

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