Eran las seis de la tarde cuando el capitán del buque nos indicó por megafonía que habían avistado una patera y que detenían la marcha. Se habían puesto en contacto con Salvamento Marítimo y les había pedido permanecer a la espera hasta que llegara el barco de salvamento que la acompañaría hasta el puerto de Los Cristianos. Me hubiera gustado haber podido grabar la situación y los comentarios que se despertaron. Si se hubiese anunciado un avistamiento de ballenas no hubiera producido tanta curiosidad ni expectación. El comentario más cercano se preguntaba por la necesidad de parar si ya estábamos muy cerca de Puerto. La prisa nos ciega, y aquellos migrantes iban a dilatar la tarde noche de un domingo de excursión.
¿Cómo se les ocurre venir en domingo? Se me ocurría recordar aquella recriminación de los fariseos a los enfermos que acudían a Jesús: “(…) la semana tiene siete días, ¿por qué vienen en sábado a que les curen?”. Pocas previsiones tienen aquellos a los que les duele algo. Porque el dolor y la necesidad no avisan y, lo verdaderamente extraño es que, cuando duele, duele siempre. Mientras que este primer mundo en el que vivimos no se tome en serio la situación insoportable que padecen los países endeudados e incapaces de pagar los intereses de la deuda externa que acumulan, los domingos por la tarde seguirá parándose en alta mar los buques de nuestro descanso.
Me dirás que la deuda la tienen que pagar porque para eso la pidieron y, si alguien lo ha robado con mecánica corrupta, la culpa no es del Banco Mundial ni de Fondo Europeo de Cooperación -si es que se llama así-. Claro, como hacían los bancos antes de la crisis de 2008, que nos animaban a aumentar nuestra hipoteca aprovechando para irnos de vacaciones, cambiar el coche o comprar una huerta. Luego pasó lo que pasó. Pues eso es lo que pasa en esos países. Les hemos extraído sus productos naturales, ahora su mano de obra y, al final, seguirán hipotecados y ahogados por unos intereses que no podrán nunca pagar.
Condonación de la deuda externa de los países en vías de desarrollo. ¡Cómo me gustaría escuchar esto, de vez en cuando, en algún discurso de tertulias televisivas! Porque esta es la única manera de que un país se desarrolle. Por más que nos llenemos la boca en discursos sobre propuestas dirigidas al desarrollo, o nos sintamos aliviados con le vergonzosa cantidad del 0.07 del PIB destinado al desarrollo de los países del mal llamado tercer mundo, mientras continuemos la extorsión financiera de una deuda insufrible e imposible de pagar, los domingos por la tarde seguirá parándose el buque en mitad de nuestras aguas.
Hay realidades que debemos retomar. En las décadas de los años ochenta y primeros años de los noventa del siglo pasado, se escuchaba reivindicaciones sobre este hecho. Los movimientos sociales lo han olvidado un poco. Como si fuera un imposible, una reclamación inviable, una ilusión irrealizable. Pero, si somos sinceros y vivimos con la cabeza sobre los hombros, no hay otra forma realista de que un país sea capaz de ofrecerle a sus ciudadanos un futuro de desarrollo integral.
En la convocatoria del Jubileo del año 2025, Francisco nos lo sugiere.
Y contemplando a todos lo que se acercaron a las ventanas de estribor del buque para mirar la patera, me hubiera gustado que el capitán nos recordara por la megafonía: “Esto es lo que ocurre cuando un país no es capaz de abonar ni los intereses de su deuda externa”.