Algunas semanas atrás, tuve la necesidad de hacer uso de los servicios de urgencias del Hospital Universitario de Canarias -Según la megafonía interna del tranvía de Tenerife, solo Hospital Universitario-. La turné, comenzó un rato antes, cuando se me ocurrió pasar a ver a mi médico de cabecera por un enrojecimiento poco agradable y recurrente de uno de mis ojos. La facultativa decidió que debería pasar por el servicio de urgencias del HUC para una valoración por el servicio de oftalmología del centro hospitalario. Agradecí mucho el que no se me derivara al hospital del Puerto de La Cruz pues pensé que la salida de ese otro punto de atención sanitaria, normalmente no suele bajar de las cinco o seis horas. Dicen las malas lenguas que son tantas las pruebas que han de hacerte, que lo normal es que demoren en darte los resultados; pues facturar todo eso no debe ser cosa fácil. He dicho facturar, pues todo tiene un coste, a excepción del tiempo del paciente. Que vas por un uñero, está claro que han de saber si, dicho daño, repercute a nivel multiorgánico y de ahí las pruebas y el tenerte bajo observación estricta del personal sanitario. Total: pruebas, cama, servicio médico y de enfermería más el uso de material fungible, una pasta gansa que se pasará al cobro al Servicio Canario de Salud en virtud del Concierto de Atención Sanitaria que tienen firmado entre ambas entidades. En este caso, como he comentado, no ha podido ser. Mi ojo y yo teníamos que ir directamente al Hospital de Referencia del Norte. Agradecidos ambos, pues allí, dicho órgano vital sería observado por especialista oftalmológico.
De momento, todo iba cuadrando. Llegué a las puertas de urgencias sobre las tres de la tarde, minuto arriba, minuto abajo; una amable señorita me invitó a pasar primero por la ventanilla de admisiones y facturación. ¡Se cobra todo! Cuando la administrativa escribía, aproveché para preguntarle si demoraría mucho mi atención. Su respuesta llegó más tarde que la que me dio una señora que estaba junto a mí y que había escuchado mi pregunta: - ¡Ayer yo tuve que esperar cuatro horas! Y tras rellenar mis datos, con un descorazonamiento visible, me indicaron el camino hacia una pequeña salita de espera donde me encontré con un panorama, voy a llamarlo peculiar. Cuatro o cinco agentes de la policía nacional, custodiaban a dos personas que por las esposas que lucían en sus muñecas y por la propia escolta, no creo que fueran gente como para entablar una conversación productiva. Entre otras cosas, porque no estoy seguro que habláramos el mismo idioma. Otra familia, esperaba a ser atendida por el servicio de traumatología, según me hizo saber la madre de los chicos -chicos grandes de edad y estatura, pero de un carácter escondido en una aparente minusvalía psíquica-. Esta señora me comentó que alguien había estado esperando unas treinta horas -pudiera ser una exageración- para ser atendido por dicho servicio. Al parecer, les habían dicho que no había personal suficiente para atender a la demanda. Entró una jovencita que se sentó junto a mí y hablaba con alguien exponiéndole su queja porque pretendían dejarla ingresada y allí no había comida vegana. ¡Vegana! Le comenté que por el conocimiento del Centro, le podría garantizar que en las cocinas le elaborarían la comida que ella necesitara y por lo de quedarse ingresada, no debería preocuparse, porque en estos macro centros se lleva muy a conciencia lo de no superar unos índices temporales de hospitalización. Otras personas en sillas de rueda, esperaban también, por el servicio de trauma -si era verdad lo que me habían dicho, pobre gente- ¡Pues ya empezamos bien, me dije! Pero, cuando me disponía a comenzar mi meditación profunda para acordarme de todo lo que se meneara, un joven vestido de blanco apareció tras la puerta y dijo en voz alta mi nombre. Me levanté y le seguí, cumpliendo con su instrucción. Me invitó a sentarme en una sillita y allí confirmó que yo era yo y después me anilló cual palomo. Conseguido su propósito primario, me devolvió a la salita para seguirme empapando de la realidad que normalmente solo se ve por televisión. La espera no duró mucho, antes de que otra señorita, también de blanco, me hizo pasar para que me viera una doctora. Pues tampoco era para tanto lo de la espera, me dije. Al fin y al cabo, solo había pasado un hora y media aproximadamente.
La facultativa, me preguntó sobre el motivo de mi visita ¿Eh? ¿No lo sabían después de haber entregado documentación y de que el “anillador” me hubiera etiquetado? ¡Solo sabía mi nombre! Le conté, contestando a sus preguntas sobre mi padecer y me volvió a llevar a la salita de espera, sin más. ¡Triaje, creo que le dicen! Salita, que tras pasar en ella tres horas más, ya casi era como la sala de estar de mi propia casa. Ya nos conocíamos todos y aunque el grupo venía con patologías distintas, la coincidencia era abrumadora cuando se hablaba de tiempo de espera.
Después de esa espera angustiosa, llegó otro joven también vestido de blanco, que amablemente nos invitó a seguirle por un amplio paseo por los pasillos y ascensores del compelo hospitalario hasta llegar a la zona de consultas externas, servicio de oftalmología. Obviamente a aquellas horas, ya estaban las salas prácticamente vacías. Por no haber, no había ni personal administrativo. No hacía falta, pues ya estábamos identificados, anillados y llenos de paciencia.
Después de otro ratito de espera no superior a otros treinta o cuarenta minutos, se nos presentó ante nosotros una señorita o señora joven, con bata blanca que llamó a tres de los que habíamos subido de urgencias y los invitó a entrar en el área de atención médica. Los demás quedamos a la espera de que nos tocara el turno. Eso llegó después de otra horita, horita y media de espera. Pero, llegar llegó; la misma joven de antes, volvió a aparecer y nombró a otros tres de nosotros a quienes hizo pasar a ese otro pasillo interno donde se encuentran las consultas. A cada una de las personas que entramos en esta ocasión, nos ubicó en un despacho diferente, lo que me hizo pensar en que allí había otros tantos médicos atendiendo la demanda. Esto va mejorando, pensé. ¡Mejorando uno, Las Palmas dos! En aquella pequeña consulta estuve otros veinte minutos, solo con mis pensamientos. Después de ese lapsus, volvió a aparecer la “súper doctora” y me pidió que la siguiera hasta una consulta más grande: ¡su consulta! ¡La consulta donde yo sería atendido!
Para no cansarles, me atendió con merecimiento de un diez en paciencia, y eficiencia, pues ella solita se encargaba de recibir al paciente, distribuirlo, atenderle, diagnosticarle, escribir la historia y responder a todas las preguntar que le fueron formuladas por este paciente. ¿Será que faltan facultativos de esta especialidad? ¿Será verdad eso de que la formación está en declive? Ya les digo que especialistas hay, solo que cuesta encontrarlos por aquí, por razones varias, que a pocos se nos escapan.
La sanidad no va mal, porque gracias a Dios tiene el personal que tiene; Urgencias, debería ser sinónimo de su propio nombre y eso es lo que han de hacerse analizar quienes dirigen, desde la política, la gestión de la sanidad.