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Populismo versus progresismo

Por Julio Fajardo Sánchez
viernes 27 de septiembre de 2024, 02:13h

Ha hecho bien el presidente Sánchez en defender al Jefe del Estado ante el desaire de un país amigo como es Méjico. Estas cosas ocurren cuando el populismo exige gestos que solo sirven para movilizar a votantes exacerbados que necesitan de estos argumentos para sentirse realizados como pueblo. Obedece al concepto más pobre que se pueda tener del nacionalismo, pero, ya se sabe, siempre hay un factor de irracionalidad del que se puede sacar provecho.

Hay más mejicanos que aman a España que los que votan a Amlo por motivos como este. Solo existe una cosa en la que no estoy de acuerdo y es hacer coincidir estas actitudes con el progresismo, porque el auténtico progresismo debería estar lejos de estas prácticas de oportunidad. Al menos, en mi concepto, creo que debería ser más serio. Ni López Obrador ni su sucesora en la presidencia de su país son progresistas, ni lo es Nicolás Maduro, ni lo son tantos que agitan la bandera del populismo como motor de su acción política. En esto se equivoca Sánchez, tanto en el caso de Méjico como en el de Venezuela, como en tantas otras causas dirigidas a manipular los sentimientos primarios antes que afrontar con responsabilidad los verdaderos problemas de Estado.

Se habla de revisionismo histórico, pero es la práctica habitual en cierta izquierda que no sabe convencer de otra manera. La historia no puede convertirse en un arma política ni en una forma de reclutamiento de masas en torno a una idea reivindicativa. En España hemos pasado por etapas como esta, que creíamos haber cerrado con la Transición de 1978. Decíamos entonces que habíamos sido un ejemplo para el mundo, saliendo de una larga e insoportable dictadura por medio del acuerdo, del consenso y la reconciliación. Más tarde nos dimos cuenta de que no había sido así y que aún se le podía sacar alguna rentabilidad electoral al renacimiento de los odios.

En el momento actual, desgraciadamente, aquello nos queda muy lejos y no estamos para ser imitados por nadie. Quizá por mi condición de canario, en el tránsito permanente con América, siento una tendencia a admirar lo que significa Hispanoamérica y a entender cómo una sociedad como la nuestra solo contempla a la conquista como una agresión desde un punto de vista muy minoritario. Tengo muchos amigos argentinos, venezolanos, bolivianos, mejicanos, chilenos, peruanos y demás lugares que no se dejan captar por ese renacer de rencillas inútiles. El hecho de que no calan en el pueblo lo demuestra la victoria de González Urrutia en Venezuela, superando una ola populista que ya no da más de sí. La reacción del bolivarianismo indica el grado de progresismo que tiene la revolución: ninguno. Sin embargo, ese parece ser el vínculo que nos une con la izquierda revolucionaria que gobierna en esas regiones.

Tuve la suerte de estudiar en el Preuniversitario a los cronistas de Indias. Bernal Díaz del Castillo, el padre Solís, Fray Bartolomé de las Casas y otros, y también disfruté con la lectura de la Araucana, de Alonso de Ercilla, viendo cómo Caupolicán lanzaba al aire el tronco que había cargado sobre sus hombros varios días. Tuve una profesora estupenda: María Gabriela Corcuera, que sabía extraer la verdad sin contaminar en un ambiente auténticamente progresista dentro de las limitaciones de la dictadura, como era el Instituto de Canarias, en La Laguna, donde estudiaron Blas Cabrera, Benito Pérez Galdós o Juan Negrín. Soy heredero de aquellas libertades, por eso pienso que confundir progresismo con populismo es bastante peligroso, porque nos introduce en el esquema de que todo vale con tal de que alguien saque provecho de ello.

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