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De arrobas, celemines y otros asuntos

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 07 de septiembre de 2024, 21:46h

Hoy he ido a comer con mi primo José Enrique Peraza, que es arquitecto. No sé por qué hablamos de medidas. Los hombres tienen diferentes formas de medir sus propiedades y han perseguido siempre la exactitud en cosas que son francamente relativas. El valor de algo está en función de su rendimiento, y como éste depende del esfuerzo que se ponga en obtenerlo, siempre resultará ser un aspecto potencial de esa realidad.

Eso lo explicaba muy bien Jesucristo en su parábola de los denarios. Antes de que el metro fuera un patrón de superficie lo era el celemín, la arroba, la fanega, el almud, etc. todas ellas medidas de áridos, lo que implicaba que la superficie estuviera adjunta a las posibilidades de explotación de los terrenos, cuestión ésta que está ligada a lo que en valoraciones urbanísticas se conoce como valor inicial. Lo demás es el coste de las operaciones añadidas que hay que realizar para que otros usos sean factibles. Los antiguos eran muy prácticos a la hora de adjudicar valor a los bienes, con un procedimiento que obedecía a una concreción abstracta y variable. El suelo tenía el valor de sus capacidades de explotación y las operaciones de explanación, formación de bancales, facilidades de riego, etc. eran esfuerzos económicoss añadidos.

Las cosas eran más reales antes de que las normas napoleónicas instituyeran el imperio de una barra de platino iridiado que se conserva en el museo de pesas y medidas de París, o de la diez millonésima del cuadrante terrestre, que es como me lo enseñaron de niño, o de la longitud de onda de determinada radiación, que es la versión más cuántica y moderna de la realidad. Esta tendencia a la exactitud ha venido a confundirnos sobre una idea que teníamos aprehendida desde el principio. Mi sensación es que hemos perdido en la apreciación de los conceptos y hemos ganado en una precisión que ayuda a especular sobre los mismos temas de una manera uniforme. Vivimos en un mundo de constantes inamovibles donde permanecen los imponderables de la variabilidad del pasado, y esto no puede ser. Por eso aplicamos soluciones a cada situación según convenga y en nombre de una variabilidad flexible, mientras mantenemos principios inamovibles para calificar a la calidad de nuestras decisiones.

Por eso Page ni Lamban, ni otros, pueden ver con los mismos ojos de la exactitud a las singularidades que se salen del patrón general. Seguimos midiendo en celemines, es decir, en capacidades de producción, para determinados casos, mientras para otros aplicamos la razón general de lo inamovible, el metro, que es el mismo para todos, aunque en realidad no lo sea. En este debate se han visto sumidos hoy en el Comité Federal de los socialistas. Es peligroso, porque no se han establecido previamente las reglas sobre lo que se va a discutir. Unos hablan de peras y otros de manzanas.

Las actividades productivas de Cataluña no son comparables con las de Extremadura. De eso es de lo que se trata, y lo saben en los dos lugares. Saben, sobre todo, que lo que a unos favorece a otros perjudica; pero especialmente lo que no ignoran es que se llega a esto por el exclusivo hecho de negociar una investidura. Podrá ser explicado y justificado para convencer a los correligionarios, pero a los ciudadanos de a pie es harina de otro costal, y nunca mejor dicho.

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