Mientras buscaba en distintas copias de seguridad un archivo de fotos de la época en que mis hijos eran niños, y no adultos como hoy, capaces de demandar imágenes de su etapa con biberones, encontré una especie de diario, escrito en una agenda precursora de lo que luego serían los ordenadores portátiles.
Al abrirlo, para curiosear sus entrañas, tropecé con una nota de abril de 1996, ¡Dios, pronto va a cumplir 30 años!
No recordaba absolutamente nada de lo allí registrado, ni el contenido de la cita, ni el nombre del citado.
Aquel día, 19 del cuarto mes del año, escribí: “El patriotismo a expensas de otra nación es tan nocivo como la exaltación de una raza a expensas de otra. Seamos patriotas siempre, nunca nacionalistas. Amemos nuestro país, pero rindamos tributo a la tierra, a la flora y a la fauna que soportan la vida humana. Un planeta indivisible, con aire, suelo y agua limpios, con libertad, justicia y paz para todos."
El pensamiento pertenecía a William Sloane Coffin, e ignoraba si lo había sacado de un libro, de un artículo de prensa, o transcrito tras una escucha.
Me dio bastante rabia recordar algo que no recordaba, y haberlo hecho gracias a recursos modernos que nos permiten guardar en artilugios donde la memoria también caduca, sean discos, pendrives o la mismísima nube.
No sé adjetivar la nube, que demanda energía capaz de provocar un derrame, seguido de colapso, de los cerebros artificiales y teléfonos del mundo.
¡Si por lo menos sirviese para guardar solo documentos importantes!, no la bazofia superlativa que se genera en Internet, insultando, provocando, mintiendo y gastando tantas palabras por segundo como las que ocupó la humanidad desde su nacimiento hasta la aparición de la tecnología.
Regresando a lo que iba, que me estoy perdiendo.
Lo primero que hice, tras el asombro del descubrimiento, fue intentar buscar la fuente. Con los recursos actuales no me fue difícil encontrarla, manaba como una catarata, sin llegar a ser la del Iguazú.
Con el grifo del saber desparramando el pasado, me volví a enterar de que don William había sido un destacado clérigo presbiteriano estadounidense, grandísimo activista por la paz, muy conocido por sus esfuerzos en defensa de los derechos civiles.
Entre los datos biográficos encontré la posible relación entre su vida y mis notas, porque nació el 1 de junio de 1924 y falleció el 12 de abril de 2006, pocos días antes de que naciera para mí, que ignoraba su existencia, la misma que reincidió luego en su tendencia a fenecer.
Otra cosa no, pero empeño sí que les pongo a las cosas cuando pretendo reparar olvidos, así que encontré libros de su autoría, cartas a jóvenes, sermones, y datos suficientes que demostraban la inquietud del personaje.
Ignoro si los repositorios que me nutrieron de información estaban actualizados o eran certeros. Demostraban la existencia de una persona que fue atleta en su juventud, con gran talento musical, que trabajó también en la CIA -dato que me inquietó- y fue más tarde capellán en la Universidad de Yale. Se opuso fervientemente, quizás porque conocía los secretos, a las guerras de Vietnam, de Irak, a la intervención militar de los Estados Unidos en la resolución de conflictos. No le faltaba ningún mérito para ser admirado; por supuesto, defendió a la comunidad afroamericana, y los derechos de los homosexuales.
El problema es que se murió, y ni siquiera yo, que ahora estoy escribiendo sobre él, lo recordaba, y siendo así, ¿dónde quedaron sus ejemplos, sus enseñanzas, sus modelos?
Simplemente, no quedaron, fueron superados, y quizás sea el momento de recuperar aquellos pensamientos que nos hacen mejores, sean católicos, protestantes, ateos, de cualquier color, a favor de la integración, la paz, el respeto por la naturaleza, la compasión por los que sufren y la promoción de la solidaridad.
En uno de sus primeros servicios en la iglesia de Riverside, Nueva York, tras definir propósitos propios hacia la comunidad de feligreses y analizar los problemas de la ciudad , concluyó que los derechos humanos no agotan el Evangelio, sino que son una parte esencial de él. Por eso nadie podía claudicar, hasta que hubiese comida para todos, vivienda para todos, trabajo para todos, educación y asistencia médica decente para todos.
Antes de sumergirse en el texto bíblico que debía abordar en aquel servicio, expresó: “Y finalmente, en el desempeño de mis nuevos deberes, prometo que siempre trataré de escuchar el consejo de quienquiera que haya dicho: “Tómate a la ligera, para que, como ángeles, puedas volar”.
Para mí fue difícil tomarlo a la ligera, porque comenzó a explicar la parábola de Mateo 25: 14-29, que habla de los talentos, no de esos que describen actitudes o destrezas, sino dinero. “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.”
En ese punto comenzaron sus preguntas y las respondió diciendo que es difícil creer que lo que está diciendo es lo que el mundo parece demostrar, que los poderosos siempre ganan y los pequeños siempre pierden.
“¿Está Jesús realmente uniéndose a los ya demasiado numerosos ciudadanos de casi todas las naciones que están decididos a atacar a los vulnerables en lugar de los poderosos? ¿O simplemente está tratando, una vez más, de romper nuestras defensas para desenterrar algo que la mayoría de nosotros preferiríamos mantener enterrado?”
No entendí del todo su explicación, pero la dio, y lo aplaudieron.