Cuando Serrat canta No hago otra cosa que pensar en ti se da cuenta de que al techo le falta una mano de pintura. Eso pasa porque al pensar en lo que no tenemos delante siempre miramos hacia arriba. Si no fuera por eso el techo se estaría cayendo a pedazos. Andamos siempre mirando al suelo y nos perdemos el espectáculo de la claridad, y, de noche, la negritud que nos permite ver las estrellas. Las estrellas están ahí todo el tiempo, lo que pasa es que el sol nos encandila y las esconde. Así que si quiero darme cuenta de cómo están las cosas lo mejor es pensar en ti y de paso revisar todo lo que anda mal por ahí arriba.
Revisando las goteras del techo nos olvidamos de las nuestras. Las mías están instaladas en las articulaciones. Ya no se me ocurriría correr los cien metros lisos, ni los arrugados, ni jugar al tenis como Alcaraz, ni esas cosas que no harían más que engañarme en un camino de retorno imposible. Por eso cada vez miro más hacia arriba, aunque ya no pueda subirme a una escalera para pintar el techo. No podemos hacer lo que hacíamos antes, pero no por eso somos inútiles. Pensamos y vemos lo que nos rodea con mayor claridad. Los que lo hacemos, a pesar de que hemos renunciado a estar en el firmamento del glamur, nos vemos introducidos en una aventura apasionante. Leo todos los días y escribo todos los días y siento una gran satisfacción al comprobar que alguien me lee y me entiende. Ya es bastante con esto en un mundo que todavía cree en que el mérito está en desgastarse para rendir. El problema consiste en confiar en que la inteligencia artificial va a pensar por nosotros, en que podemos delegar nuestro juicio y nuestras opiniones al servicio de un argumentario, en convertirnos en autómatas de la vida.
Hay tantas cosas que hacer y tantas cosas en que pensar que el tiempo se nos va con el desagrado de no haberlo aprovechado como Dios manda. Leo varios libros a la vez y escribo varios textos a la vez. Salto de uno a otro como un colibrí y, cuando me canso, me pongo a hacer un pasatiempo para no dejar a la mente quieta. Ahora he vuelto con las lecciones dictadas por Nabokov sobre El Quijote y estoy disfrutando como un enano. La verdad no sé por qué digo esto. No estoy nada seguro de que el ser enano sea equivalente a gozar más que los demás. Están más cerca del suelo, eso es verdad, pero no creo que les dé ninguna ventaja. Como le decía, el libro de Nabokov me gusta mucho. A veces se pasa en esa tendencia que tienen los que escriben en inglés, aunque sean rusos, de considerar a lo hispano inferior. Igual es porque al Quijote solo lo podemos leer los españoles, y no sin dificultad, o las traducciones no son capaces de verter a otro idioma lo que a nosotros nos resulta tan familiar. Hay muchos críticos que dicen que es una mala novela. Sería absurdo ver a la literatura del siglo XVI como si estuviera escrita en el XIX. Eso nos pasa con tantas cosas… Cervantes no es Shakespeare y no veo la necesidad de estar comparándolos continuamente. Lo único que se me ocurre decir es que lo recomendable es apartarse de aquellos que nos consideran inhabilitados. Inhabilitados para pensar, inhabilitados para opinar, inhabilitados para vivir, inhabilitados para acertar, inhabilitados para todo, como si fuéramos unos Biden cualesquiera sometidos al relevo de la Kamala Harris de turno. Dios nos libre de las Kamalas que vienen a borrar el recuerdo de lo que relevan, que ocupan las portadas de los periódicos como un vendaval, que son la solución de todo, mientras nosotros no hacemos otra cosa que pensar en ti, como dice Serrat, para caer en la cuenta de que la realidad es que al techo, sinceramente, le hace falta una mano de pintura.