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Bambi

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 25 de agosto de 2024, 12:35h

La dictadura del general Franco duró 40 años en España, fue rechazada por todos los países democráticos y no democráticos del planeta, y cuando llevaba 20 años de duración hubo una importante reunión en Múnich de las fuerzas de oposición para demostrar al mundo que también en el interior había un rechazo organizado que acabaría por extirpar a un régimen insoportable. Lo de Cuba lleva más de 60 años y todavía hay voces que defienden a esa revolución como si fuera un modelo sacrosanto. Algunas están incrustadas en el Gobierno de nuestro país. Su hijuela, Venezuela, ya dura más de 20 años y aún aquí se duda de su legitimidad.

No entiendo cómo nuestro mundo condena al fascismo de manera rotunda y hace la vista gorda con otro tipo de totalitarismos. La diferencia estriba en el eje izquierdas derechas, que hace ver paraísos donde otros ven infiernos. De esta no hay quien nos saque, porque la democracia no es un valor ideológico, es solo un sistema político relativizado por las ideologías.

Mi generación vivió cerca de 40 años en el franquismo y otros tanto dentro del régimen de libertades que nos dimos con la Constitución del 78. Quiero decir que sabemos de lo que hablamos. Sin embargo, pasados apenas 25 años, alguien se sacó de la manga revisar la historia y colocar en el debate el tiempo pasado que todos creíamos superado, fabricando una memoria reivindicativa que ponía en duda lo que habíamos conseguido. Fue un político con cara de tonto al que sus compañeros llamaban bambi, el mismo que ahora hace bueno un régimen dictatorial que mucha gente igual que nosotros, pertenecientes a la misma lengua y al mismo tronco cultural, no se pueden quitar de encima.

Va a ser verdad esa frase del Gatopardo que aconseja que todo cambie para que todo siga siendo igual. Venezuela está como Cuba, después de caer el telón de acero, y nosotros seguimos con la división del 36 después de que en el 78 nos juramentamos para no caer en lo mismo. Ahora entiendo por qué le decía a Gabilondo lo de “nos conviene tensionar”.

España arrastraba un problema territorial histórico que la Constitución intentó resolver, sin demasiado éxito, en su Título VIII. La intuición política hizo que se formaran dos muros de contención donde más problemas había, y que de alguna manera se comprometían con la estabilidad del Estado. Eran el PNV y Convergencia i Unió, que contenían a un separatismo de carácter más radical. Este chico lo dinamitó y provocó una situación desequilibrante que nos ha traído al estado actual. Esto no hay quien lo discuta. Ahí está el origen del procés al que ahora se dice que han enterrado. Hay quien asegura que esta crisis es global, que andamos inquietos porque hay diluvios y sequías alternantes que provocamos nosotros mismos.

Antiguamente esto era la ira de los dioses a causa de que los hacíamos cabrear con nuestros comportamientos siempre alocados. Ahora ya no tenemos dioses a quienes echarles la culpa. Cuando pasan estas cosas aparece un bólido, cuarenta veces más voluminoso que la tierra, que chocará contra nosotros y nos hará desaparecer. Siempre ha ocurrido igual. Para qué cambiar. Todo cambia para que todo siga igual. Hasta un tonto como yo no se da cuenta de cómo son las cosas y sigue escribiendo en la creencia de que eso sirve para algo. Nadie puede evitar que esa sea la condición humana. Luego el mundo gira, como dicen en el tango y en la canción de Jimmy Fontana, sin importarle lo que ocurre con esa colonia de hormigas enloquecidas que viven entre sus arrugas, a la que llamamos la humanidad.

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