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Esther y la aspiradora

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 24 de agosto de 2024, 11:08h

Llegaba a mi trabajo tras unos días de descanso, dispuesto a enfrentarme a la cotidianidad, cuando Esther, tras un saludo amable y sonriente, me proporcionó la primera novedad: "Necesitamos una aspiradora, la que tenemos no funciona bien."

Como mi carga energética posvacacional era suficientemente alta, la invité a acompañarme a la tienda, que está a un paso de nuestro centro, para que ella misma eligiese el artilugio.

No pudo ser, estaba cerrada, todavía no eran las 10, así que regresamos por la acera de enfrente, mientras le sugería que buscase el modelo por Internet, y luego yo, a lo largo de la jornada, podría comprarla.

Con la eficiencia que la caracteriza, Esther me mandó una foto de una marca conocida -vamos a llamarla Versatile, para evitar promociones encubiertas-, modelo RH, como el factor de la sangre, pero en este caso no ponía si positivo o negativo.

Me dijo que estaba bien, con los suplementos que permitirían actuar allí donde se necesitaban. Completó su idea asegurando que el precio le parecía razonable: 109 euros.

Cuando tuve un momento, caminé por la Avenida 3 de Mayo los escasos 100 metros que separaban las necesidades de Esther con la sección de electrodomésticos.

Nada más llegar, una joven me preguntó qué quería. Mostrándole la foto, se entabló un diálogo extraño.

“¿Qué buscas?, ¿qué marca?", "Aspiradora Versatile", respondí.

“Yo no vendo eso, represento "Nadaversatile". Tienes que ir a aquella mesa para que te atienda una compañera.”

Insistiendo, le pedí que me mostrase las suyas y reiteró: “No, ya te dije que no vendo aspiradoras, espera que te atiendan.”

Si hubiese sido una necesidad personal me hubiese marchado al instante, pero tenía clarísimo que era para Esther, así que haciendo un esfuerzo para estimular la paciencia, don que me fue negado desde el primer llanto, comencé a pasearme por el pasillo de los electrodomésticos, mientras veía las marcas: “Versatile, Nadaversatile, Pocoversatile.” ¡Estaban todas! La que no estaba era la joven, entretenida con un teléfono móvil, apoyada en el costado de una lavadora.

Cada vez que me veía la compañera de la ociosa me decía que casi estaba. El tiempo pasaba, inexorable, no es que me estaba haciendo viejo, ya lo era incluso cuando entré a la tienda que seguiré sin nombrar.

Cuando la cosa parecía complicarse por una pelea entre el yo que quería marcharse, y el yo de las obligaciones, se presentó un sujeto, masticando. Sin saludar pregunto: “¿Qué necesitas?”.

Le mostré la foto, agrandó la imagen para ver la referencia y me llevó al sitio donde había una Versatile que parecía la misma.

El problema era el precio, la elegida costaba 109 euros y la que me ofrecía tenía otro: 159 euros.

“Te dije que es la misma, si quieres pagar 109 tienes que comprarla por Internet, yo no te la puedo vender.”

Entonces, le pedí que me ayudase a comprar por Internet la aspiradora que tenía al lado, pero se negó, argumentando que no estaba para eso.

Creo que en ese momento algo se rompió en nuestro vínculo inexistente, posiblemente mi acotación no fuese del todo acertada, pero me salió del alma, asegurando no saber si las estrategias comerciales de esa empresa de tuteadores las hacían seres humanos con su propia incapacidad, la inteligencia artificial con la suya, o el mismísimo arquitecto de la torre de Babel.

Debió ver mi cara extraña porque me pidió el teléfono y 5 minutos después, incapaz de comprar algo que tenía al lado, aseguró que mi teléfono no funcionaba. Marchó a su ordenador, entró a la página de Media..., casi lo digo, puso los datos, y tras muchos minutos de teclas y reseteos, después de pasar, vaya a saber por qué nube interplanetaria de memoria abstrusa, compró la Versatile que estaba a dos metros de sus dedos, en la mismísima tierra.

“¡Ya está! “, concluyó, “ahora vas a recibir un correo electrónico y te digo: ¡no me pidas nada más porque me has hecho perder mucho tiempo!”

"Vale, de acuerdo, pero deme la aspiradora."

"No, cuando te llegue el correo tienes que ir a facturación, es allí donde la van a entregar."

Saqué el número RD215 de recogida on line, que se mostraba en un cartel rojo que padecía parálisis, no se movía, tampoco la cola, ni quienes estaban obligados a atenderla.

A los turnos de reparaciones y devoluciones les sucedía cosas parecidas, no obstante, se los veía tranquilos. A mí la espera me transformó en una especie de Rambo tras ultimar una misión peligrosa, no sentía las piernas.

Por eso me puse a caminar entre el mostrador de atención al cliente y una silla sin respaldo desde la que vigilaba un guardia de seguridad, que controlaba mis movimientos, sobre todo cuando empecé a dictar en el teléfono, con la adrenalina disparada, este artículo.

El dolor de pecho me comenzó cuando un joven, que venía con un canasto y varios paquetes, me saludó: “Buenos días, señor, ¿en qué puedo ayudarlo?”

El pobre, el más atento de todos, recibió mis diatribas y los peores juramentos. Incluso antes de pedirle perdón se encargó de entregarme la mercancía, pero para poder retirarla necesitaba un documento que justificase el número de CIF que, por supuesto, no tenía. Le propuse mostrarle el DNI, la tarjeta de crédito, incluso unos calzoncillos a cuadros que estaba estrenando, pero no hizo falta, una supervisora autorizó la operación con un gesto.

De ese modo pude llevarme la aspiradora, que a esa altura pesaba como un castigo.

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