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Sorevivir al revoltillo

Por Julio Fajardo Sánchez
lunes 19 de agosto de 2024, 18:39h

Hay un desacuerdo total en todos los frentes. En el tema catalán, Borrell discrepa de la normalización que anuncia su partido y dice que el PSC ha asumido post morten los postulados del procés. Los barones no ven con buenos ojos lo de la financiación singular; en el PP no tienen esperanzas en un pacto de las derechas sin Vox, como sugiere Iván Redondo; nadie confía en las conversaciones sobre Gibraltar y se aprestan a cerrar la verja. Será después de vacaciones para no perder el negocio de un turismo, ávido de curiosidad y de compras.

Si miramos a otro lado, Venezuela depende más de Trump y Elon Musk que del respeto a la democracia; lo de Israel y Gaza está empatado en cuanto a adeptos y condenas de genocidio, y lo de Putin y Ucrania se mantiene en un veremos cuando se resuelvan las elecciones en EEUU.

Ahora se habla más de la raqueta rota de Carlitos Alcaraz o de unos ecologistas gallegos que denuncian la venta ilegal de caracolas. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, como decía Federico García Lorca, al que también se emula día tras día como si no hubiera sido reconocido por la inmensa mayoría de los españoles: de los de bien y de los de mal, que todos se saben lo de Antoñito el Camborio. Nada está resuelto y todos coinciden en que el mundo se ha vuelto loco. Algo de esto hay, pero los que tenemos más edad sabemos que ya ha ocurrido varias veces, y los que tienen menos parecen no saberlo o importarles poco.

Cada mañana me despierto con un analista que pretende ponerme los pelos de punta. No le hago mucho caso, o al menos el mismo que me hacen a mí cuando lo comento. La gente está en otras cosas. Por ejemplo, suelen poner me gusta cuando hablo de los recuerdos de mi niñez, pero no se lleven a engaño, lo hacen quienes comparten una memoria parecida a la mía. Las redes sociales nos tienen encuadrados según nuestras edades, nuestras localizaciones, nuestras ideas y nuestras gustos. Solamente ellas saben lo que pensamos en conjunto; los usuarios somos meros aportadores de datos, miles de millones de datos que son oportunamente procesados y administrados para después manipularnos con sus ofertas tentadoras.

En eso consiste el nuevo concepto de democracia asociado a la tecnología. En ningún caso significa que con esos métodos consigamos perfeccionar el sistema. Yo no me fío del sistema y ustedes tampoco deberían hacerlo. Pero quiénes somos nosotros, Una pequeña gota en medio del océano. Escribo cada día para esa minoría que me es cercana. Si una vez abrieron mi post es muy posible que les vuelva a aparecer; si no, no me encontrarán, en medio de un guirigay de protestas y de insultos. Una vez se me ocurrió ver una página con un combate de Mike Tisson y ahora me tupen a todos los nocauts que propinó a sus contrarios en su vida deportiva. Así son las cosas. Contra esto no tenemos nada que hacer porque es más poderoso que tener armamento nuclear.

El mundo avanza alocadamente y todo lo que se presenta es un desencuentro repetitivo. El lenguaje que utilizo es incapaz de definirlo. Yo no escribo con algoritmos ni construyo mis textos con IA. Estoy anticuado, como lo están todos los que me leen. Somos un rescoldo de algo que ya pasó de moda, pero que todavía nos sirve para entendernos. Se llama inteligencia, una condición humana que hoy hay que conservar entre algodones para que no se pierda del todo. La lástima es que no sea declarada como bien de interés cultural ni como patrimonio de la Humanidad. Al contrario, para algunos resulta una cualidad peligrosa que hay que acallar a toda costa. A mí me pasa.

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