Desde el año 1958, hasta estas convulsas fechas por las que pasa Venezuela, todo ha ido cambiando de una forma casi vertiginosa, aunque pudiera parcer un proceso de cocción lenta. En la fecha que menciono, mi madre, una canaria emigrante al País sudamericano que había viajado desde la isla de Tenerife, me traía al mundo después de haberme tomado el tiempo preceptivo para conocer a quienes serían mi madre y mi padre, otro emigrante que había llegado a Venezuela, procedente de su ciudad natal: Bari en la Región de la Apulia italiana. Por aquel entonces, mi País de nacimiento vivía su momento raro, pues un golpe de estado sacaba a la fuerza a quien hasta ese momento regía el País: Marcos Pérez Jiménez. La casualidad y el apoyo que consiguió de quien gobernaba nuestro Estado, hizo que este expresidente, terminara con sus huesos en España, donde murió ya en los comienzos de este nuestro siglo actual.
Desde ese año de mi nacimiento hasta la fecha, se han ido sucediendo una cantidad interesante de líderes políticos entre los que cabe destacar, a políticos que estuvieron representando a los dos grandes movimientos políticos de estos años atrás: los “copeyanos (COPEI)” y los adecos (AD). Dentro de esos periodos, me vienen ecos de los nombres que más se repetían simultaneando los gobiernos de unos y otros por periodos de varios años: Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez con otros que me suena menos. Así hasta que llegó el año de 1989, en el que llegó un señor vestido de militar y tal y como había hecho otro señor en la isla caribeña que tanto parece que había influido en él, ¡mandó a parar! Las tesis políticas de este nuevo emperador latinoamericano, se fijaban en la forma de gobierno del señor de la barba y el puro y comenzó a gobernar su País -lo de “su”, no se ha anotado al azar- como si de una parcela particular se tratara.
Mientras tanto, yo ya me había hecho un hombrecito alejado de todos aquellos cambios de gobierno y, sobre todo, de los “movimientos revolucionarios bolivarianos” que se viven hoy en día. ¡Gracias, mamá por evitarme este trago!
Es curioso observar cómo, cuando algún “illuminati” de la política desea hacer creer, al pueblo al que se debe, que la oportunidad de regenerar el sistema que se vive, pasa inequívocamente por la institucionalización de un nuevo régimen, siempre se le ocurren nombres potentes con los que denominar el amasijo de normas que se podrán en marcha para generar un proceso involutivo. En Venezuela, esa figura, se llamó Hugo Chávez Frías, y desde que llegó al poder por medio de los sistemas democráticos -antes lo había intentado por el sistema del “empujón y muestreo de canana”- ha ido poco a poco, dando forma a lo previsto por el partido con el que se presentó a una elecciones democráticas: “Movimiento Quinta República/Coalición Polo Patriótico”. Con un nombre tan largo era normal que le arrebatara el poder a Adecos y Copeyanos. Bueno con el nombre y con las “hechuras” que los gobernantes de esos otros grupos políticos parece que demostraban en cada una de sus actuaciones políticas. Era igualmente normal que a un pueblo que demanda viviendas, comida, trabajo -el trabajo en Venezuela se lo busca cada cual a su ritmo- y seguridad; se lo das todo, con la misma celeridad con que se pide, lo tendrás de tu lado sí o sí. Le “regalas casas” que, previamente, se han expropiado a los ricos terratenientes, se les da “bonos de comida” para comprar en los lugares de abastecimiento que se han señalado por la “parte gobernante de la primera parte” y para dar sensación de seguridad se crea una especie de “guardia pretoriana“y tendrás al pueblo diciendo amén a todo lo que el emperador diga. ¡Viva el “emperador”!
Lo único que este señor no previó, fue que las enfermedades no entienden de galones ni de estrellas y a él le tocó lidiar con uno de esos cánceres que son de difícil tratamiento. ¡Se murió! Pero antes de exhalar su último aliento, dejó a un armario con bigote, al que le pusieron un nombre nada blando. Para las comunicaciones entre ellos, una vez desaparecido el primero, se le encargó a un pajarito, que sirviera de interlocutor y así le hacía llegar el mensaje del más allá, para que fuera acatado por los del más acá. Ese tipo de actitud, también tiene los días contados y en estos momentos -he dejado pasar un par de semanas desde las elecciones democráticas de Venezuela- el señor Maduro, que así se llama el gallo -uso su misma forma de autodefinirse-, no deja de sorprender al mundo con su juego de trilero para esconder unas actas donde se demuestra su victoria frente a la oposición por un 51,2% -la exactitud del dato es importante-, frente a… ¡qué más da el dato! Lo verdaderamente curioso no es la exactitud con la que se proclama la victoria de este conductor de masas. ¡Nunca dejará su oficio! Lo que se entiende que prevalece en el ranking de la incredulidad es que alguna parte del pueblo de Venezuela, le crea. Es inaudito que en las manifestaciones convocadas por él, a modo de los baños de multitud que los césares de la antigua Roma se daban cada vez que necesitaban darle una mano de pintura a sus egos, siga asistiendo gente. ¿Tendrán miedo a que quienes vengan detrás devuelvan a sus legítimos dueños, las posesiones expropiadas? Nada más lógico, por otra parte. ¿Tendrán miedo a perder las prebendas obtenidas con un régimen tan comunista como lo puedan ser los banqueros que atienden sus cuentas corrientes? Cualquier cosa es posible, pero en lo que a mi concierne, cada vez estoy más feliz de que mi madre nos trajera -a mi hermana y a mí- a Canarias a forjarnos nuestro futuro. Fue aquí, donde empecé a caminar y tal como le sucedió a Forrest Gump, no he dejado de hacerlo hasta hoy.
Es verdad que una parte de mi vida, tuve que convivir con otro dictador militar que si bien es verdad, que en su época más activa -ahí yo aún no había nacido-, fue también de armas tomar; en la etapa que me tocó convivir con su sistema, tampoco la recuerdo de forma tan desagradable. Tal vez fuera porque lo de hablar de política en la clandestinidad se llevaba bien en una edad juvenil donde lo atrevido era casi una aventura. Pasado ese momento, mi País -me nacionalicé en cuanto tuve la oportunidad- ha decidido vivir en democracia. Es cierto que también tiene “sus momentos” -por haber, ha habido hasta algún ruido que otro de sables en un pasado no tan lejano-: pero, son bastante más llevaderos que los que vive el País que me vio nacer.
Soy optimista por naturaleza y aunque cada vez que lo digo me llueven agujas emponzoñadas de un pesimismo lacerante, sigo pensando que, al redactar este artículo, o pasado unas semanas, las negociaciones entre el Centro Carter, los jefes de la UE y los presidentes de los países afines a las tesis políticas venezolanas, sienten en una mesa al político del 51,2% y al opositor que dice ser el elegido porque “tiene los pelos de la burra en la mano” y lleguen al acuerdo de facilitar el viaje a Suiza, al primero.
Venezuela, te quiero con locura, y no deseo que sigas padeciendo.