Existe un enfrentamiento militante, aparente y prefabricado, que revolotea en el ambiente. No sé lo crean, no es verdad. Solo son los extremos agitados de un gigante pacífico que prefiere entenderse a estar eternamente discrepando. Es falso. La realidad no se muestra, no se deja ver. Mis amigos piensan todos de forma diferente y el que defiendan el poder hacerlo es lo que me hace apreciarlos. Rehuyen el enfrentamiento pese a que una minoría los instiga cada día a hacerlo sin conseguirlo.
Alguien ha quitado la tela metálica de la ventana para dejar que entren los mosquitos. Zumban por las noches en los oídos y no nos dejan dormir, pero se pueden evitar si no los dejamos entrar al dormitorio. He descubierto que son más las cosas en las que coincidimos que en las que diferidos, pero un interesado muñidor pretende que esas excepciones se conviertan en generalidades, para que no sepamos encontrar el camino de la convergencia y el respeto. No existe la tragedia aunque nos la muestren cada día en 60 pulgadas. El mundo no cabe ahí. Es infinitamente mayor el que se queda por fuera, ese que no miden las estadísticas y se llama normalidad. Siento lástima de ese insensato que reproduce cada día el mensaje esperpéntico que le envían tratando de transformar la realidad. La realidad somos esa gran mayoría que cree en la amistad, en el respeto mutuo y en la solidaridad. Esa que rechaza el odio que le inoculan y reacciona intentando transmitirla paz con sus escritos de la mejor forma que sabe hacerlo. Ahí se encierra la auténtica verdad, lo demás son proyectos fugaces para trasnsgredirla. Se es más feliz estando de este lado, se los aseguro. No hagan caso, no compartan banderas, no aprieten las mandíbulas, se les puede romper una muela. Sonrían a la vida y siéntanse orgullosos de pertenecer a la gran mayoría que anima al mundo cada mañana. Si no fuera por ella hace tiempo que habríamos desaparecido del planeta.
Ayer fui a la farmacia para comprar unos antiinflamatorios. Me costó llegar. La farmacéutica que me los vendió me hizo pensar que gracias a su trabajo podría empezar a caminar un poco más airoso. Después pensé en los investigadores, en los químicos, en los médicos, en los arquitectos, en los ingenieros, en los abogados y en los jueces que velan por nuestros derechos, en los escritores, en los músicos, en tanta gente que trabaja para que los demás seamos felices. Hasta en los políticos pensé, y me dí cuenta de que formamos un gran equipo para seguir adelante. Hoy camino mejor gracias a las pastillas. Háganme caso. Esto es lo único que merece la pena. Y tengan en cuenta lo más importsnte: a la larga ganaremos porque somos lo que abunda, lo normal y no nos avergüenza que nos consideren la vulgaridad de lo cotidiano.
Nuestra idea fuerza es que el mundo sin nosotros no puede ir a ninguna parte. Esto es necesario saberlo en Venezuela, en Rusia, en China, en Palestina, en Israel, en USA y hasta en España, porque en todos esos lugares somos la gran masa depositaria de que la bondad es el único argumento que nos sirve para vivir. La bondad y el amor. Lo demás es la rémora que siempre está en el reverso. No le hagan caso.