No va bien la marcha de nuestro país. Los socios parlamentarios aprovechan la debilidad y el Gobierno permite que sea así. La justicia es partidaria y esto no da garantías al sistema. Luego está en entredicho la libertad de opinión, llegando a crear una situación de inquietud y de sospecha que enturbia el ambiente.
Ahora se van a celebrar elecciones en el país hermano de Venezuela. Al presidente Maduro le van mal las encuestas y amenaza con un baño de sangre en el caso de perder. Algunos dirigentes sudamericanos le han pedido que respete los resultados. Su amigo español no ha dicho nada. Se trata de un asunto de geopolitica, dicen en los foros. Todo es geopolítica. Lo nuestro también. Pero lo nuestro está incluido en el paquete europeo y eso Francia parece haberlo resuelto aunque sospecho que no a gusto de todos.
Desde Bruselas nos avisan del riesgo que supone descalificar a los jueces. Llevamos tiempo haciéndolo y algunas bocas no se pueden callar. Seguro que por un tema de lealtad incondicional. Veo difícil que Illa sea investido presidente. El órdago está echado: o Moncloa o Generalitat. Las dos cosas no. Hay que elegir y supongo que ganará la repetición electoral.
Cada vez se escuchan más descalificaciones y la palabra fascista se ha convertido en un término de uso común. Uno ya no sabe dónde están sus amigos, ni si escribir con mesura va a ser reconocido por alguien. Al final de mi vida me he dado cuenta de que no sé hacer otra cosa. Los periódicos cada vez ponen más líneas rojas y navega por el aire una censura subliminal que requiere analizarte antes de emitir una opinión. Estamos viviendo un mal ambiente. No sé cuánto va a durar. El espíritu del 78 ha sido dinamitado y ya no queda de él más que el reducto de los pocos que conservan la educación.
Así lo siento y así lo escribo.