Hoy el presidente Sánchez anuncia la revisión del delito de injurias y la persecución a los pseudoperiodistas que se dediquen a propagar bulos informativos. Esas son las primeras medidas de regeneración democrática. Antes que nada diré que aunque se levante la veda no se me ocurrirá insultar ni injuriar a nadie. Nunca lo he hecho y no voy a empezar a hacerlo ahora. Espero que no lo hagan conmigo ahora que se puede. Hay tantas cosas que puedo hacer y no hago…
Después del caso Carvajal me he dado cuenta con mayor claridad de que el merecedor del insulto y la injuria es el que no saluda adecuadamente al presidente. Es decir, el que no le baila el agua. Se dice que el presidente es el presidente de todos los españoles y así debe ser respetado por ellos, pero esta afirmación no es verdadera. Y no lo es porque se levantan muros para dividirnos, porque se escuchan voces de no pasarán y porque se tacha de fascista al que se atreva a no sonreírle, incluso cuando no le mira.
¿Qué clase de regeneración democrática es esta? ¿Quién está faltando aquí a su compromiso de considerarnos a todos iguales? Yo soy un escritor, aunque para algunos sea solo un francotirador de la palabra. No figuro en ninguna foto que consagre a un grupo aunque tengo buenos amigos en el gremio. Por eso cuido muy bien lo que escribo y no necesito que nadie me indique lo que tengo que hacer. Me basto para autorregularme. Sin embargo, siento cómo crece una barrera, igual a un Gulag que intenta amordazar a la opinión libre desacreditándola, como ocurre en los intentos totalitaristas donde impera la intransigencia. Llevamos tiempo sufriendo la amenaza del control informativo. Se habló de ello cuando la pandemia y hasta el ministro Puente intentó crear un equipo para investigar lo que pensaban los miembros de su ministerio. Esto no es nuevo. Hasta ahora había estado contenido, imagino que por una exigencia de los moderados, pero ya andamos a calzón quitado y podemos sacar toda la artillería para lo que queda de legislatura.
Imagino que estos atentados subliminales a la libertad de expresión no van a ser bien recibidos por la generalidad de los ciudadanos, pero no importa, a los que no estén de acuerdo se les engloba en el enorme saco del fascismo y ya está. No me explico como en un país caben tantos fascistas como dicen que hay. Las encuestas electorales, salvo las de Tezanos, dicen que superan a los que no lo son. Entonces su amenaza es más grave de lo que parece. Fascista es el que saca una bandera en lugar de una estelada o una palestina. Por ese lado no me van a coger porque no tengo ninguna. Fascista es el que va a la iglesia a escuchar la homilía los domingos y yo no voy sino a los entierros de los amigos. Fascista es Fernando Savater, uno de nuestros mejores filósofos, al que no dejan escribir en un periódico de gran tradición democrática. ¿Quién ha dejado de ser demócrata, él o el periódico? Fascista es Vargas Llosa por no comulgar con la izquierda de su país. Fascistas somos todos, y ahora con las nuevas leyes de regeneración van a aparecer muchos más, porque se creará una plataforma policial para decidir quiénes lo son y quiénes no.
En una circunstancia como esta no se puede decir que el presidente es el de todos los españoles. Lo será de los que logren pasar el examen, los otros seguirán siendo todos unos fascistas. Hasta yo soy un fascista por escribir esto. Un fascista indeseable, confeso y perseguible, al que a partir de ahora se podrá injuriar impunemente porque ya no será un delito. A esto es a lo que llamamos democracia.