Entre las líneas escritas en “Theobjetive.com” -diario de los que llegan vía internet-, publicado en abril de este año, he podido leer que algún Ministerio se ha podido haber gastado la nada despreciable cifra de catorce mil euros en reponer la despensa de la residencia del Estado Mayor de la Armada. Cosa normal pues en dicho centro ha de haber algo de atendimiento al personal. Yo espero que, si en algún momento los oficiales que se nutren de lo que se rellena su despensa, tengan en cuenta que esos etiquetas negras, las deliciosas anchoas del cantábrico, los magníficos percebes de Cambados, la cecina Premium y otras exquisiteces, ha salido de los impuestos que recauda el Estado. Recuerden que para convencernos de los beneficios que aporta el acatar dicha fiscalidad, se nos habla de las carreteras, colegios, policías y otros servicios que se podrán cubrir con ese esfuerzo. Jamás se habla de estas otras necesidades que, ahora, gracias a la noticia lanzada al aire por el diario que menciono, nos enteramos. Ruego a los militares que van por esa residencia, un brindis por quienes aportan su granito de arena para que se pueda ver cumplida la obligación de presentar una adecuada imagen institucional ante quien nos visite. ¡Hacienda para lo paganinis, lo beneficios para los gastadores!
No solo la Armada será responsable de dar una buena imagen al exterior. Parece ser, y siempre dando por válido lo que se recoge en el diario donde he leído la información, que en los aviones que trasladan a nuestras autoridades, se marca un gasto para unos cinco o seis meses, valorado en algo más de dos millones de euros. Tal vez ellos no lo sepan, pero si volaran en Binter -línea aérea canaria- tendrían igualmente el servicio de catering a bordo, incluido en el precio del billete y con productos de una calidad nada despreciable. Desde luego no tendrían trufas, tiramisú y crepes de postre, pero donde esté una buena ambrosía, que se quite todo lo demás. Lo que si tendrían, sería la admiración del pueblo español, por no dar la sensación de despilfarro de lo público. ¿En qué momento a una persona le puede cambiar las papilas gustativas como para olvidar los bocatas que se comieron cuando estudiaban y pasar a tener que comer ahora con menús que rozan lo impresentable? ¿De verdad que no les vale ya con volar de una forma algo más privilegiada que el resto de los mortales que además tienen que degustar platos que si tuvieran que pagarlo de su bolsillo tal vez no lo harían? ¡Hacienda está más cerca de los paganinis que de los gastadores!
Hace tiempo leí que una señora ministra, lo segundo que había hecho, después de coger el maletín ministerial, fue encargar la reforma del espacio. ¿Lo habría dejado tan mal el cargo saliente? No recuerdo el motivo, pero llama la atención que esa acción hubiera sido de las primeras al asumir el cargo. Produce reacción en contra por cuanto que, en muchos hogares donde sus miembros pagan impuestos para que sean bien administrados, las reformas particulares hayan de ser realizadas a ratitos y tirando de amigos. Una pinturita aquí, un mueblito de Ikea por allá y poco más. De repente alguna prensa sensacionalista -los periodistas que dedican su tiempo a investigar y sacar trapos sucios, siempre son tildados de sensacionalistas y amarillistas- saca a la luz que tal o cual personalidad llevo a cabo una restructuración por todo lo alto del espacio donde despachará y desde donde, en algunos casos, le pedirá a los administrados que sean cautos en el gasto, recordándonos aquello de; “Hacienda es cosa de todos” ¡Palabra de gastador!
Pero, ¿De qué podemos quejarnos los paganinis? Si cuando vemos a un neandertal pintarrajeando la puerta de un garaje o el muro de una casona, lo único que se nos ocurre es sacar una foto para después criticar la acción en el pequeño círculo de amistades o para colgarla en las redes sociales. Si ya tenías el móvil en la mano, “so tornillo”, ¿Por qué no llamaste a la policía para que este grupo de seguridad le enseñara, al sujeto, algunas técnicas de pintura a mano abierta?
¿Cómo podemos, los paganinis, osar meternos con el gasto que se lee que llevan a cabo desde alguna de las alturas de nuestros despachos gubernamentales, si no somos capaces de preguntarle, antes de votar, en qué y cómo van a gastar nuestros dineros? Simplemente nos dejamos llevar por nuestros colores, aplaudiendo si se gasta un dinero excesivo en esto o aquello, simplemente porque seguro que será algo que moleste a los “otros”.
El estar en uno u otro grupo en el tema del gasto público, requiere tener un perfil determinado y perfectamente bien definido. Por ejemplo, para ser “paganini” o gacela si se prefiere, solo se ha de contar con un carácter sumiso y tendente a caminar con la cabeza gacha y los hombros algo caídos en señal de la humildad necesaria para reconocer que solo ellos, y los dioses, son capaces de administrar los bienes públicos. Solo ellos y los dioses son quienes saben lo que el resto de la humanidad necesita para ser felices. Solos ellos y los dioses, está autorizados a gastar lo que haya que gastar sin tener que consultar a nadie. El estar formando parte de este gran grupo, requiere de mucha sabiduría. La necesaria para saber que es mejor callar y seguir pagando que andar metiéndose con los otros. ¡Qué sabremos los paganinis lo que nos hará bien! ¡Hacienda es nuestra y hemos de alimentarla! Nos lo han repetido tantas veces que a ver quién es el listillo que consigue contrarrestar tremenda aseveración.
El perfil de “gastador”, por el contrario, solo está reservado para un núcleo menos numeroso pero revestido con un plumaje tan fuertemente estructurado que penetrarlo es prácticamente imposible. Hay quien llega a afirmar que han nacido así; aunque estudios poco serios pero de observancia constante, se empeñen en asegurar que nadie nace con ese “don”, sino que se llega a ostentar esa cualidad a base pulso y púa. Dichos estudios defienden que en muchos de los casos suelen ser situaciones heredadas de sus ancestros -no hay indicios de que aquellos hayan nacido para ser gastadores- y que, poco a poco, generación a generación han podido ir convenciendo a los paganinis que son ellos los llamados a ocupar las plazas vacantes de los gastadores que van saliendo de escena. Tal vez esto que anoto no tenga suficiente consistencia como para concluir una verdad absoluta, pero cuesta creer que tanto apellido de similar raíz como se observa en este grupo, sea una coincidencia fortuita.
La resignación a la que se llega por agotamiento o por desidia, es el pegamento ideal con el que los gastadores, han seguido y seguirán convenciendo a los paganinis que, la frase: “hacienda somos todos”, incluye a ambos grupos, aunque sea de forma distinta. A los paganinis, para llenar la caja del gofio y para aplaudir cual forofos, cuando los gastadores hagan uso de dicha lata, en la línea que consideren más oportuno, pero siempre para garantizar el bienestar del pueblo y a sus elegidos. ¡Sobre todo a sus elegidos! Espero que en este mes, que es el de Hacienda, ese pequeño grupo brinde por el otro.