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El cuidado situado

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 11 de julio de 2024, 06:00h
Pudiéramos considerar que el cuidado es meramente operativo, que se trata de acciones encaminadas a atender la necesidad de otra persona u otra cosa. Y, siéndolo, va más allá de una acción mecánica. La palabra cuidar proviene del antiguo coidar, que a su vez proviene del latín cogitāre, que significa pensar. Cuidar incluye pensar en la realidad otra, especialmente cuando es una persona que necesita especial protección. Para hacer bien el bien que hacemos hace falta pensar. Suelen atribuir a San Agustín la frase aquella que refiere a la reflexión sobre el bien que debemos hacer: Que tu limosna sude en tu mano. La improvisación superficial, en ocasiones, puede hacer que una apariencia de bien sea un bien mal hecho, o un mal inoportuno.

Esta perspectiva encarna el pensamiento en la realidad. Porque pensar en el bien ajeno debe ser implicado, concretado, realizado. Un pensamiento tan teórico que no tome ocasión de situarse en lo concreto de la realidad sirve para poco. La reflexión –tan necesaria en una cultura de la superficialidad- no tiene sentido si no parte de las cosas reales y vuelve a ellas para procurar que den más de sí. Los proyectos de humanización de la salud nacen de un análisis de situaciones reales que se perciben –o se autoperciben- como mejorables. Con infinita coherencia haN incorporado a la acción social los movimientos de acción católica la trilogía programática del ver, juzgar y actuar.

Un actuar inmediatamente posterior a una visión dolorosa, puede resultar inapropiado. Así lo describen tantas personas mayores que, tras una caída, han sufrido –y digo sufrir en coherencia con lo ocurrido- el disloque de un hombro al ser inadecuadamente ayudadas a levantarse. Sin un juicio adecuado, la acción puede ser brutal. Lo mismo ocurre con un juicio sin visión. Una mera reflexión teórica que da por supuesto respuestas a preguntas que no se han hecho o acciones que no responden a demanda alguna. Tocar la realidad con nuestro sentir inteligente para actuar inteligentemente.

La semana pasada conversaba con una persona que recriminaba que en una acogida parroquial de base ya no se estuviera entregando bolsas de alimentos. Esa persona echaba de menos ver la fila de personas que acudían a la parroquia y hacían cola para ser atendidas de aquella manera. Daba la sensación de que la actividad social era mucho más fuerte que ahora, que no se ve nada. Parece que no se hace nada. Le explicaba -y creo que lo entendió- que ahora se hace mucho más que antes, aunque no se vea. Ahora se le da una tarjeta de pre-pago a las personas que necesitan una atención material de alimentos. Una bolsa de alimentos viene dada y decidida, con alimentos solo imperecederos, que decide el donante, sean o no los que necesita la persona. ¿Y qué hay de las necesidades de higiene personal, o de los productos lácteos, o de las proteínas de alimentos frescos que necesitan un niño en su desarrollo físico? Si lo que se pretende es que se vea la acción, perdemos bondad en ella. ¿Y qué hay de la dignidad de la persona? Dar una cita personal sin que tenga que sufrirse una cola, dignifica, sin duda, la ayuda. ¿Y qué necesidad tenemos de que la cajera de un supermercado sepa que la compra de esta señora la paga un vale de Cáritas? Una ayuda invisible puede ser más digna, aunque menos sonora.

Ver la necesidad es muy importante. Actuar en consecuencia es más importante. Pero entre ambos momentos hace falta cuidar. Hace falta pensar cómo hacer bien el bien que hacemos. Y para ello, una regla sencilla es situarnos en la necesidad y sentir cómo sería mejor recibido el cuidado ajeno. Cuidar es pensar en la persona otra.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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