Hace unas semanas mi hija de once años quedó enganchada por una contractura cervical mientras realizaba una actividad escolar. La tortícolis de toda la vida. Era su primera vez.
Fuimos a Urgencias y en dos minutos nos despacharon: Ibuprofeno durante una semana, cada 12 horas.
Y yo pregunté si había otra opción más allá de la medicación: un fisioterapeuta, masajes caseros, … no sé, algo más natural. Ibuprofeno y calor me respondió el doctor. Y, si tuviera más de doce años le daría relajante muscular más potente.
Este episodio que todos hemos vivido y que antes se curaba con calor (a veces con Reflex) y paciencia me dio que pensar en el automatismo inmediato de los médicos para acudir a la farmacología como respuesta a un dolor. Se alivia el dolor pero no siempre se va al origen del mal. Y mucho menos se trata el aspecto emocional.
El responsable del monopolio farmacológico fue el informe Flexner, encargado por los magnates Andrew Carnegie y John D. Rockefeller en 1910. Con financiación de ambos milmillonarios, sobre todo del segundo, se logró eliminar de las universidades toda aquella forma de curación que no pasara por la farmacología. Adiós a la medicina tradicional china, hindú y a otras terapias milenarias. La Medicina había sido secuestrada.
Eso ocurrió cuando Rockefeller, dueño y señor de los pozos de petróleo, vio en la farmacología una nueva línea de negocio porque, aunque usted no lo sepa, los medicamentos actuales están elaborados, en su mayoría, con petróleo. Sí, así como lo oyen. El Ibuprofeno, la Aspirina, el paracetamol, los antihistamínicos, tienen petróleo en su composición.
Para expandir su negocio, más allá de su utilidad en el floreciente negocio automovilístico y la iluminación de casas y ciudades, Rockefeller debió pensar que el petróleo era un recurso que se iba a agotar (o no, ya no tengo tan claro si fue un mensaje para generar escasez artificial y aumentar precios) y había que asegurar un negocio que no iría a menos, sino a más: el de la salud o, mejor dicho, el de la no-salud.
Para ello había que influir, no solo en la cadena de suministro, sino en los prescriptores. Las universidades pasaron a formar médicos con la nueva filosofía. Todo lo demás era considerado superchería. Hasta nuestro ministro de Ciencia en 2019 y ex astronauta Pedro Duque afirmó que había que perseguir las pseudociencias, entendiendo como tal, todo lo que difiriera de lo que se enseña en las Facultades de Medicina. Los tentáculos de Rockefeller son muy largos.
Apuesto a que su botiquín está lleno de productos derivados del petróleo y de protectores gástricos para aliviar los dolores que aquéllos producen. Y, cómo no, del producto estrella en España: los ansiolíticos ¿les suenan los Lorazepam, Clonazepam, Valium…?
España es líder mundial en el consumo de benzodiacepinas, es decir, medicamentos contra la depresión, el insomnio o la ansiedad, con un consumo de 110 dosis diarias por cada mil habitantes. El segundo es Bélgica con 84 por cada mil. Alemania, sin embargo, consume 0,04 dosis diarias porque piensan que hay otras alternativas y los ansiolíticos hacen más mal que bien. No los emplean como medida de choque sino cuando no queda más remedio tras haber probado otras opciones. Algo hacen mucho mejor que nosotros los alemanes.
Se me ocurren otros métodos para aliviar el estrés y la ansiedad: paseos diarios por el bosque, nadar en el mar, tomar el sol, hacer deporte o quedar con amigos. Todo ello se puede acompañar con la asistencia a un profesional que no suele valorarse como toca: el psicólogo. Quizá todo ello evitaría el consumo desmesurado de ansiolíticos y la dependencia que crean.
Volvemos a lo mismo que he comentado otras veces. No estamos preparados para el esfuerzo y el sufrimiento. Nuestra tolerancia al dolor es nula. Por eso lo fácil es medicarse y obtener rápidos resultados. Cuando volvamos al médico probablemente aumente la dosis porque nuestro cerebro ya estará habituado y necesitará más para lo mismo.
Amigos míos llevan décadas tomando ansiolíticos y ya no son los mismos ni les recomiendan dejarlos.
Si les digo que pienso que cuanto más sedada esté la población y cuantas más distracciones tenga es más manejable y controlable, pensarán que estoy delirando ¿verdad? Y si les digo que una persona enferma cronificada interesa porque es un buen cliente para la industria farmacéutica y un cliente sano no lo es, también me tacharán de conspiranoico ¿cierto?. Pues no ahondaré en ese tema.
Solo les quiero animar a tomar medicamentos si han probado antes otras alternativas que van al fondo del problema.
Mi hija no concluyó el tratamiento de una semana cargada de Ibuprofeno. Al poco tiempo, con calor y breves movimientos la tortícolis desapareció.
La cura suele ser barata y no crea dependencia. Coma lo que comían nuestros abuelos y medíquese con los remedios de la abuela. Eso sí, requiere de cierta tolerancia al dolor y al sacrificio y no tenemos la resistencia que ellos tenían.