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Una historia a cuatro manos

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 13 de junio de 2024, 05:00h

Son muchas más las manos que han intervenido, como siempre ocurre, en la edición de la Historia de la Diócesis de Tenerife que ayer se presentó en la Catedral de La Laguna. Decimos cuatro manos, porque son las que tienen los dos autores que aparecemos en la portada como responsables de la obra: Miguel Ángel Navarro y un servidor. Siempre se ha dicho de cuatro ojos ven más que dos, con esa evocación certera de que el trabajo en equipo y el enriquecimiento dialógico genera una aproximación mayor y mejor a la verdad. Solos se suele ir más rápido y la elaboración suele ser más ágil; pero cuando sumamos perspectivas, confrontamos y debemos corregir, llegamos más lejos, aunque vayamos más despacio. Pues eso, que hemos hecho una historia a cuatro manos.

De lo que dejó huella documental y quedó recogido en archivos y documentos, la elaboración de un relato histórico es relativamente fácil. Pero la historia real, aquello que ocurrió no solo deja datos archivables, sino que muchas de las realidades de la vida no dejaron huella alguna. Y, sin embargo, fueron avatares reales. Recuerdo el comentario autobiográfico de Gabriel García Márquez narrando la intensidad con la que escribió Cien Años de Soledad durante nueve meses, y cómo su esposa le colocaba cada día una rosa amarilla en una jarra de cristal. Si él no nos lo hubiera contado, esa referencia existencial no hubiera dejado huella alguna en la historia de la literatura contemporánea. Y aquello fue real y quién sabe las consecuencias que de aquel sencillo gesto se derivan para las historias que se cuentan o se escriben. Siempre es más lo que no se cuenta, lo que queda oculto, lo anónimamente acontecido. Es lo que ocurre en cada una de nuestras vidas.

Esta verdad nos debe ayudar a relativizar un poco la historia. A entender que debemos siempre suponer que los agentes de transformación de la realidad son como la argamasa que habita entre las piedras de un edificio histórico. Son las piedras las que se valoran, porque son la realidad visible. Pero los brazos que la colocaron, o los cimientos que sostienen esos muros, en algunas ocasiones se suponen más que se narran. Y detrás de la Historia de la Diócesis que se publica, hay un mundo real que la hizo posible y que, sumando acciones concretas y sencillas, han escrito páginas de fidelidad y generosidad que solo podremos ver con claridad meridiana cuando, en un futuro, todo nos sea revelado en una mirada trascendida y eterna. Por eso es por lo que no son solo cuatro, ni cien, ni miles de manos las que hacen posible que se escriba un libro de historia. Quienes lo escriben solo ponen una alfombra para que la realidad se establezca en su visibilidad perceptible.

Sin embargo, hay que leerla. Hay que situar en el suelo del presente esa alfombra. Y conocer que las instituciones, constituidas por personas concretas, no son realidades estáticas, inmutables, sino que hay un dinamismo que constituye su identidad. La diócesis es un proceso dinámico que, como toda realidad, incorpora personas, instituciones y evolución histórica, en cualquier aproximación que hagamos. Sabedores de que es mucho más lo acontecido, mucho más hermoso y verdadero, hemos colocado sobre el suelo de la Catedral de La Laguna, donde se presentó, la alfombra que pretende recoger a “La Diócesis de Tenerife. 200 años de historia”.

Yo, habitante del siglo XXI, conocí a mi bisabuelo. Sus recueros infantiles eran del siglo XIX. Su memoria recogía anécdotas de sus padres que entroncan con el origen de esta historia. Doscientos años son muy pocos años para que solo sea historia escrita y no levadura de realidades que entendemos y sentimos. Esta historia, escrita a cuatro manos, la hemos de leer.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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