Acaba la campaña electoral entre bulos, fango y ataques a los jueces. Albares dice que España no va contra Israel, que lo que quiere es parar la guerra. Eso lo queremos todos, pero lo cierto es que miembros del Gobierno han acusado a ese país de genocida y otros se han referido a la frase desde el río hasta el mar, que significa la desaparición de ese Estado, en un grito acuñado por Hamás.
Se dice que hay que luchar contra la desinformación condenando a los tabloides que no coincidan con las consignas oficiales y se levantan los muros del desentendimiento de parte y parte. Alguien dice que estas cosas son normales en una campaña electoral, pero es que llevamos así desde finales de 2015, y, si profundizamos un poco, desde antes.
Se habla del desastre del resurgimiento ultra y de las amenazas del cambio climático. Hoy he leído en las redes que dentro de 40 años la mayoría de las ciudades costeras españolas desaparecerán sumergidas bajo las aguas. Las motosierras cercenarán nuestros miembros y las democracias perecerán en manos de autarquías disfrazadas de buenismo.
Se venden sistemas nuevos para interpretar el maquiavelismo. La verdad no tiene valor y las leyes son eficaces en función de contra quienes se apliquen. Todo vale para mantenerse en el poder si lo que trae el poder es bueno. Entonces, primero hay que establecer la bondad de las medidas, dividir a la sociedad en buenos y malos que aporten soluciones recomendables o no, y a partir de ahí declarar que todas las acciones que se lleven a cabo para conseguirlo son válidas. Es la democracia real y asamblearia que se ejercita pidiendo la aclamación con un megáfono.
La cosa está negra porque, pase lo que pase, esto no se va a arreglar y, lo que es peor, quedará dañada por muchos años. Necesitaríamos una nueva Transición para resolver este problema de desencuentros continuos. Cada cual ha organizado el ruido que más le conviene y se atrinchera detrás de sus insultos y sus descalificaciones. Nadie espera que los que compiten por el mando lo hagan en una balsa de aceite, claro que no, pero de esto al espectáculo que estamos viviendo hay un gran trecho. El elector anda confuso intentando averiguar quién jalea más.
Al final los asuntos de la campaña se han reducido al victimismo de un hombre enamorado que defiende a su mujer y al malvado que pretende echarlo de la Moncloa. Nada de eso parecen medidas en positivo para fortalecer a Europa, amenazada por Putin y por la ultraderecha. Los animalistas dicen que si ganan unos sus mascotas quedarán desprotegidas, los activistas del cambio climático que arderemos todos en las llamas del calentamiento global, los independentistas que sus amnistías serán revisadas y que eso será dar un paso atrás en sus reivindicaciones territoriales, culturales, lingüísticas y, sobre todo, políticas.
Ustedes me dirán qué tiene todo esto que ver con Europa. Pues todo y nada, porque en la realidad nos estamos jugando un modelo que ha aprovechado lo coyuntural para instalarse definitivamente, que es como actúan las cosas que pretenden cambiar un sistema: primero se hacen necesarias, después consideran a esa necesidad como una virtud y más tarde arrasan con lo que había. No es la primera vez que ocurre. El mundo está lleno de ejemplos.