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Querido Pedro:

miércoles 05 de junio de 2024, 18:24h

Espero que, al recibo de la presente, tú y los tuyos os halléis gozando de buena salud. Nosotros, bien, a D. g.

Recibí tu misiva acerca de la inoportuna imputación de Begoña y del complot judicial con la derecha extrema y la extrema derecha para perjudicarte en las elecciones del domingo. Como que es la segunda vez que me escribes, he considerado que sería una grosería dejarte de nuevo sin respuesta, así que a ello me dispongo.

Por lo que cuentas, conoces al detalle cómo se puede, desde un partido político, alterar la actuación de los jueces y provocar que dicten determinadas resoluciones y en qué momento. No sé dónde lo habrás aprendido, pero a ver si alguna vez me lo cuentas, pues ardo en deseos de conocer semejante prodigio.

Begoña, tu mujer trabajadora y honesta, está metida en un lío, Pedro, para qué vamos a engañarnos. Cuando un juez investiga a alguna persona es porque cuenta con indicios de la comisión de algún delito. Si luego esos indicios no se convierten en pruebas, el autor es otra persona o resulta que los hechos no son delictivos, pues se sobresee la causa y aquí no ha pasado nada. Pero no basta con que la mujer del César -e incluso el César- sean honrados, han de parecerlo. Y ahí es donde se te desmorona el castillo de naipes en el que vienes viviendo desde hace años, y la estricta moral política que has exigido impíamente hasta ahora a todos tus adversarios.

Pedro, alhaja, desde que alcanzaste un escaño en el Congreso de los Diputados, hace ya casi quince años, la política española ha experimentado un progresivo deterioro y una indudable y molesta deriva hacia los extremos, de la que, permíteme que sea franco (con perdón), no eres del todo ajeno. Aunque tu amigo Zapatero ya dio buena muestra de lo que era manipular a la opinión pública, tú te estás desvelando como su alumno aventajado.

Ningún presidente del gobierno español desde 1978 y hasta la fecha había gobernado jamás mediante acuerdos con partidos extremistas, ni mucho menos en coalición. Tú abriste el camino. Primero, fue el cándido de Pablo Iglesias -el del abrazo monclovita-, que, infeliz él, creyó que te tenía en sus manos; cuando hubiste acabado con él, le sustituyó Irene Montero -que, curiosamente, es su esposa, aunque eso no pase de ser una simple casualidad-; y, desde noviembre pasado, tu colega gubernamental es Yolanda Díaz, igual de inconsistente frenológicamente hablando que los anteriores, pero mucho más elegante, especialmente desde que echó a la basura los vaqueros ajados y se pasó a los modelitos de Adolfo Domínguez o de los franceses Sandro, Maje o Claudie Pierlot. Ser comunista ya no es sinónimo de cutrez indumentaria, lo cual se agradece, aunque a veces cueste distinguir a la ultraprogre Díaz de una consejera delegada cualquiera de una de las empresas del Ibex35. No es tan guapa como tú -algo metafísicamente imposible-, pero derrocha glamur.

Además, para conformar tu último gobierno -autor, en lo que llevamos de legislatura, de una sola ley, la de amnistía-, pactaste con EH-Bildu (hay que ver la mala memoria que tienes, Pedrito, ¿no te acuerdas de que habías prometido no pactar nunca con ellos?) y con toda la ensalada de independentistas catalanes, cuyo único nexo de unión es que se odian entre ellos mucho más que lo hace cualquier ultra catalanofóbico.

Y, por si lo anterior fuera poco, trabajas todos los días para evitar que haya una mayoría alternativa de centro-derecha, alimentando permanentemente a Vox, tu principal aliado, mal que os pese a ambos.

A todo este clima político lo llamas “fango”. Se ve que tienes la pituitaria atrofiada o que estás acatarrado, porque, ciertamente, es del mismo color y parecida consistencia al barro, pero huele mucho peor.

El domingo, por desgracia, no voy a poder votar a tu candidata, entre otras cosas porque carezco de la presencia de ánimo y del cuajo suficiente para obviar que tengo un presidente del gobierno cuya cónyuge está imputada por delitos relacionados con la corrupción.

No obstante, espero que tus tribulaciones y entuertos se desvanezcan y, de corazón, que seas muy feliz con tu adorada esposa fuera de la Moncloa.

Tuyo afectísimo,

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