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“El que quiera lapas…”

Por José Luis Azzollini García
lunes 03 de junio de 2024, 08:00h

Este dicho es muy canario y nos recuerda que ese exquisito manjar, comporta un esfuerzo para conseguirlo y llevarlo a la mesa. Una vez que se logra el objetivo, solo hay que degustarlo y alegrarse del trabajo bien hecho.

¿Sería plausible llevar esto, que parece algo tan simple, a la vida misma, o al mismísimo centro de nuestra convivencia en sociedad? Es precisamente lo que me propongo es este artículo de opinión valiéndome del hueco que me regalan desde www.canariasdiario.com

En días atrás, he podido leer en www.diariomotanes.es que, desde la Asociación de Empresarios Hosteleros de Cantabria (AEHC), se llamó a siete mil quinientos desempleados para ofrecerles un puesto de trabajo y solo acudieron setenta personas. Repito, setenta, de siete mil quinientos llamamientos. ¡No asistió ni el uno por ciento de los convocados! ¿Qué ha podido pasar ahí? ¿Es posible que el mundo hostelero cántabro, esté tan mal organizado que nadie desee trabajar en ese sector allí? ¿Será que, como suele quejarse el mundo empresarial, el trabajador que cobra el paro se siente mejor en casa que produciendo? ¿Será que, tal y como defiende el trabajador del sector: para como le pagan y los turnos que ha de hacer, mejor me quedo en casa con la “paguita”? Cualquier cosa entra dentro del mapa de posibilidades; pero a mí, lo que me sorprende es que el llamamiento, ni siquiera haya motivado la curiosidad a, ¡qué sé yo! ¿Un cincuenta por ciento? Pues ni eso. Me ha venido a la cabeza cuando en la etapa que me tocó vivir los momentos angustiosos del paro, me fui presentando a todo lo que se iba publicando. En aquella época, ni siquiera se contaba con los medios de los que se dispone hoy en día. ¡Había que comprar los periódicos! ¡Había que buscar en sus páginas de ofertas laborales! ¡Había que moverse! ¡El objetivo era salir de aquellos momentos tan desagradables! No era una cuestión de cobrar o no cobrar el paro, pues en mi caso, había acumulado prestación como para no tener que pensar en quedarme sin la entrada económica. No era eso, sino que el sentirme tan alejado de la vida laboral, me hacía pensar en que, tal vez fuera que ya no servía para ello. Esa etapa de cinco meses en mi expediente laboral, la pasé presentándome en casi todas las trincheras donde me parecía ver movimiento. Me postulé para dirigir un hotel en Laponia. ¡Que sabía yo de renos, de nieve hasta las axilas y de finlandés! Afortunadamente, no aceptaron mi candidatura, pues un sobrino de alguien se me adelantó. Hoy le doy gracias a mi Dios, por no tener que venir de vacaciones a mi terruño vestido de Papá Noel. Las propuestas como vendedor de seguros, tampoco las dejé pasar. Bueno, un poco sí, la verdad; pero cuando ya llevaba tres meses de paro, retomé esa vía. Afortunadamente, los anuncios no recogían la verdad que se escondía detrás de cada oferta: solo querían hacer contratos mercantiles y la verdad, yo no me veía como autónomo. De momento no; máxime, viendo el trato que se le da a ese sector de la producción, por parte de los gobiernos que se van sucediendo en el arte de desgobernar. Casi que me alegro de no haberme dejado entusiasmar por aquellos “cantos de sirena”. Al final, y aunque tuve que dar un volantazo en mi mundo laboral, conseguí un trabajo excelente en un sector que desconocía y que me duró veintitrés años más y desde donde me jubilé. ¡Benditas multinacionales! ¡Gracias Farmaindustria!

Hoy en día me pregunto, qué hubiera sido de mí, si me hubieran llamado y hubiera pasado de las convocatorias como parece que se ha hecho en Cantabria. Pues que mi contribución al erario para pagar los servicios propios de una nación, los hubiera tenido que pagar otro por mí. ¿Sería eso justo? Tengo claro que muy bien no me hubiera sentido. A las llamadas de trabajo, se esté o no en situación de demandante de empleo, hay que acudir. Hay que hacerlo, aunque solo sea por curiosidad. Y, si no es por ese principio básico del ser humano, tendría que hacerse valer otro de los principios inherentes a quienes no viven aislados: La solidaridad, el respeto a los demás y a las normas que nos vamos dando. ¿De dónde piensa, esa gente que no se ha presentado a la llamada de oferta de empleo, que sale el diento con el que se pagan todos los servicios que se disfrutan en cada uno de los rincones de España?

Me ha venido a la mente, la información que me llega desde Holanda, donde una familia española se traslada para trabajar y al darse de alta en el Ayuntamiento de la localidad donde fijarán su residencia, y viendo en ese organismo que en el seno familiar hay un bebé de pocos meses, le añaden en una lista de beneficiaros a recibir cada día un pack de fruta y verdura para elaborar las cremas del menudo, con productos naturales y frescos. ¿Se podría hacer eso en Holanda, si allí, se permitieran el lujo de no acudir a una oferta de trabajo? Ya respondo yo que no.

Me ha venido a la memoria una acción del gobierno sueco, cuando allá por el año 1984-85, un ciudadano de aquel País enfermó como turista en nuestra tierra y se puso un avión hospital a su disposición para trasladarlo y tratarlo allá. ¿Podría Suecia pagar el coste de ese tipo de atención, si sus ciudadanos se dedicaran a rechazar ofertas de trabajo y con ello no entrara dinero en la caja común? Yo creo que no, pero tal vez en la mente de alguien pueda que sí.

También es verdad que en nuestro País, se ven y oyen casos de dineros públicos empleados en otras cosas muy distintas que para lo que debiera emplearse. Pero aun así, opino que las oportunidades de trabajo no deberían desaprovecharse como parece que si se hace.

Siempre me he puesto al lado de aquellos trabajadores que se ven obligados a desechar ofertas de empleo por ser manzanas envenenadas. Nunca me ha parecido de recibo que nadie que busque un trabajo tenga que someterse a jornadas maratonianas con contratos cuyo horario se podría escribir en un confeti. Jamás he aceptado que los puestos de trabajo se ofrezcan a personas que provenientes de otras latitudes se vean obligadas, por necesidad, a aceptar cualquier tipo de oferta que provenga de empresarios de dudosísima reputación. Me molesta enormemente que alguien pueda, tan solo insinuar, eso de que “aquí mando yo y si no te gusta, ahí está la puerta”.

Pero una cosa son las posibilidades expresadas en el párrafo anterior y otra bien distinta es que ante una oferta masiva de una confederación de empresarios del mundo de la hostelería, no se le dé ni la oportunidad de escucharla. Ahí sí es verdad que me pongo de frente. Y toda esa gente que pasó olímpicamente de asistir a la cita, ojalá no tenga que pedir ayudas al estado para “comer lapas”; pues parte de esas aportaciones viene, no tengan ninguna duda, de lo que a la gente que trabaja, le detraen de sus nóminas. La misma gente que, ante una oferta de trabajo, ni se lo pensó y fue a buscar su oportunidad. La misma oportunidad que más de siete mil personas se han pasado por el mismísimo arco de triunfo en Cantabria. ¡Que valientes han sido!

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