Dicen que el incidente diplomático con Argentina va a ser el eje de la campaña para las elecciones europeas. Es más, hay quien asegura que no se resolverá hasta que no se celebren. No entiendo la forma de interpretar la política siempre al filo de la navaja. Tampoco comprendo qué renta se puede extraer de una situación como esta. El mundo no anda bien y parece que es bueno recordárnoslo cada día para tenernos con el alma en vilo. Parece que en esa situación de alarma permanente se vota mejor y más adecuadamente. Cuando no es el hombre del tiempo es la situación exterior, pero siempre tiene que haber algo que nos quite el sueño.
Hace años alguien nos advirtió de que no iba a poder dormir y nosotros tampoco. Desde entonces no ha hecho otra cosa que quebrantar nuestra tranquilidad. Vivimos continuamente en una situación de amagar y no dar, empeñados en crear escenarios volátiles que desaparecen una vez cumplidos ciertos plazos objetivos. Ahora todo se pospone hasta las europeas porque es bueno que en la campaña se mantenga cierto grado de incertidumbre. Lo de Argentina se deja para después de las elecciones, lo de Illa también y hasta el reconocimiento del Estado palestino debe aparcarse hasta que llegue ese momento crucial y triunfante.
Las encuestas que se publican dicen que hay mucho que remontar para que eso ocurra, y yo pienso que con esos métodos las distancias se irán acrecentando cada vez más. La última vez que los españoles se expresaron fue para darle los 12 puntos a Israel en el festival de Eurovisión. Esa es una pequeña muestra de por dónde van los tiros. A mí me gustaría expresarme sobre otros asuntos, pero los hechos me obligan a detenerme en cosas tan nimias como el anuncio de ruptura de relaciones con un país al que siempre he considerado como amigo preferente. Además lo hago en defensa de mi libertad de expresión, amenazada por la imposición de un calzador para determinar cuál es el pensamiento apropiado.
En algunos medios que en su día fueron adalides de la libertad han silenciado a personas que tenían todo el derecho a mostrar sus opiniones, y esto es solo un aviso de hasta dónde se puede llegar. No pretendo ser derrotista, solo constato una sensación que compartimos muchos de los que nos dedicamos a esto, sobre todo aquellos que nos resistimos a vivir en el lado del confort. Estas reflexiones las tengo cada mañana cuando enciendo el ordenador y me conecto con la prensa, vamos a llamar oficial. Hay gente que me dice que no la lea, pero si no la leo no podría comentarla y, en ocasiones, desmentirla, a pesar de que nos digan que los que mentimos somos los otros.
En la trifulca con Argentina todos sabemos quién empezó, diga lo que diga el ministro Albares. No se puede estar armando ruido todo el tiempo para después decir que nos molesta el ruido. No se trata de política ni de ideologías. Se trata de personas que están tranquilas en sus casas y alguien les intenta decir que las cosas son de forma diferente a como las ve. El bar Alegría estaba frente al teatro Guimerá. Opelio, de broma, le decía al dueño que quería comprarle una báscula muy bonita que tenía allí como decoración. Alejandro, que así se llamaba, le contestaba: “Que no, don Opelio, que los tontos están todos para Caracas.