Alguien planteó la posibilidad de que Newton se fue a echar la siesta bajo el árbol y cuando cayó la manzana estaba dormido. Esto hubiera provocado que la ley de la gravedad habría tenido que esperar quizás unos cientos de años más hasta que se dieran las condiciones oportunas para descubrirla. Todo se debe a las leyes del azar. Dicen que la fruta prohibida era también una manzana, pero en este caso la serpiente se presentó en el momento justo y la consecuencia no se hizo esperar: nos expulsaron del Paraíso. Ahí fuera hemos estado por los siglos de los siglos, sin tener un príncipe, como Blancanieves, que nos librara de la maldición. Todo por culpa de una maldita manzana.
Con el tiempo hemos aprendido que el problema no está en la fruta sino en hacer caso del que nos incita a comerla. La bruja, que no es otra que Lucifer disfrazado de madrastra, sigue tentándonos con sus encantamientos engañosos y nosotros seguimos haciéndole caso, cayendo una y otra vez en las trampas que nos tiende. Después de que Newton descubrió la ley empezábamos a saber por qué caen las cosas. Estábamos seguros de que todas lo hacían, que se trataba de una fatalidad de la que nada podía zafarse, pero gracias a la manzana, según dicen, aprendimos de qué forma lo hacían. Es decir, supimos que la relación entre la fuerza que nos atraía hacia el suelo y la aceleración con la que caíamos era una constante. ¡Vaya cosa esta! dijeron algunos. ¿Y para eso tanto rollo? Luego vinieron otros y afirmaron que para llegar a esa conclusión era innecesario ver caer una manzana, como para saber que flotábamos en el agua tampoco lo era que Arquímedes se metiera en una bañera. La bañera, como la manzana, eran accesorios subsidiarios, artilugios para que la gente entendiera mejor lo que le contaban, como las parábolas de Jesús de Galilea.
A pesar de todo, meditando sobre estos asuntos, he llegado a la conclusión de que el mundo no puede vivir sin estas imágenes explicativas, sin manzanas y bañeras que sean capaces de explicar los misterios de la ciencia. Ahora se habla de polarización, que es lo contrario de la uniformidad de la creencia porque falta una manzana unificadora que haga de simbología única para explicarnos lo que nos pasa. La manzana tiene de bueno que es la misma para justificar cuestiones diferentes. Sirve igualmente para perder la inocencia en el Edén como para demostrar la ley de la gravedad como para dormir a Blancanieves. Yo creo que por eso eligieron ese nombre al fundar la empresa mayor del mundo en el campo de la información, Apple. En torno a la manzana gira nuestra vida y se construye los relatos para que siga rodando el planeta sin separarse demasiado de la idea original.
Mientras tanto vivimos engañados pensando en pajaritos preñados, en lo que pudo haber sido y no fue, en qué habría pasado si cuando la manzana cayó del árbol Newton estaba durmiendo la siesta y no se dio cuenta. Eso nos pasa a muchos, que vamos a sestear pensando que ese es un buen método para recuperar la salud, entregados al destino fatal de la manzana en la que confiamos para que resuelva todos nuestros problemas, entrando en un modo de idiotez permanente.
Hoy escribe Cercas sobre eso y dice que se sorprende cómo fuimos capaces de votar a dos idiotas como Rajoy o Zapatero. De este último reconoce que lo votó dos veces. En cualquier caso es imposible luchar contra estos símbolos sólidamente asentados en la sociedad moderna que hemos creado. Conforme con esta maldición me sentaré tranquilo bajo las ramas del árbol que me da sombra y me tomaré un appletiser. Es lo menos que puedo hacer.